por Gonzalo Varlet, socio del CIHF
Con gran pesar se vivió en el pueblo “leproso” el reciente fallecimiento (10 de mayo de 2025) de Alberto Enrique Carrasco, arquero del Newell’s que logró aquel icónico título de 1974. Es que este uruguayo se hizo querer a fuerza de temperamento, capacidad y perseverancia.
Nacido en Canelones el 22 de septiembre de 1945, Carrasco supo brillar en la Institución Atlética Sud América, que por mediados de los 60 participaba en la Primera División uruguaya. También tuvo un fugaz paso por la selección celeste, donde atajó en la Minicopa 1972. Y de ahí, a Rosario…
Lo de Carrasco en Newell’s no fue amor a primera vista. Llegó a principios de 1973 pero nunca pudo afianzarse como titular. Entre lesiones y actuaciones irregulares no podía conformar al hincha rojinegro, que desconfiaba de su aspecto de arquero antiguo. La prensa también lo tildaba de golero “raro y primitivo”. Resulta que su fama no se daba solamente por sus pantalones anchos, su buzo decolorido o sus guantes zurcidos, sino también por su estilo. Carrasco no era un arquero volador, lo que valió que sus compañeros lo apodaran “La Momia”, ya que al igual que el personaje de “Titanes en el Ring” no se tiraba nunca…
Fueron momentos difíciles, y por recomendaciones de su entorno, tuvo que considerar algunas cuestiones: “Tanto me daban manija con la falta de pinta que acepté alguno de los consejos que escuchaba y admití algunos cambios. Por ejemplo antes usaba un pantalón ancho, casi un bombachón; lo cambié por uno igual al que usa el resto del equipo. Pero eso sí, el buzo no lo voy a cambiar aunque me maten, aunque me sigan diciendo que soy un antiguo”, declaró una vez a la revista El Gráfico, para luego explicar el aggiornamiento de su estilo: “Uno tiene que calcular de un vistazo si el tiro termina afuera o viene peligroso. Cuando veo que va a salir o que por más que me tire no puedo hacer nada, pienso que no tengo que tirarme. Es decir, lo pienso; pero ahora me tiro igual, porque comprobé que la gente se queda más conforme. Y a mí no me cuesta nada. A lo sumo me golpearé un poco, sin necesidad, pero por lo menos tranquilizo a la hinchada”.
Ya en 1974 su suerte iba a cambiar. Con el arribo de un debutante Juan Carlos Montes como DT (que casualmente había sido compañero suyo el año anterior) Carrasco iba a recibir un apoyo incondicional. Y de a poco se fue ganando la confianza de sus hinchas. Pero hubo un partido que lo marcó para siempre y que lo ubicó en la frontera entre el amor y la idolatría. Un 29 de mayo, la segunda fecha del Cuadrangular Final del Metropolitano llevaba a Newell’s a jugar frente a Boca en el estadio Tomás A. Ducó. Luego de que Obberti abriera el marcador a los 27’ del primer tiempo, el conjunto rosarino soportó hasta la finalización del encuentro el asedio asfixiante e insoportable del xeneize, que encontró en Carrasco a una muralla inquebrantable. Sacó todo lo que le tiraron. Y más. Toda la prensa resaltó su actuación como consagratoria. Luego Carrasco reconocería en el vestuario que iba a tener que zurcir los guantes más de lo que lo hacía habitualmente, ya que habían quedado a la miseria. Y ante la pregunta de cuáles habían sido los tiros más difíciles no se avergonzó en contestar: “Y qué se yo… si hubo como cincuenta mil…”.
Días después vendría el partido con Central en Arroyito, la remontada, el zurdazo de Zanabria y la primera vuelta olímpica. La historia de Carrasco en Newell’s había cambiado para siempre. Ya nunca más sería resistido. El Tupa (en otra chanza, sus compañeros lo bautizaron así ya que decían que tenía pinta de guerrillero uruguayo Tupamaro) se quedaría en Rosario hasta 1979 y atajaría 262 encuentros, lo que lo convirtió en su momento en el arquero con más presencias de la historia del Club (años más tarde sería superado por Civarelli y por Scoponi). También alcanzaría un record por demás de particular. Según lo menciona el investigador español César Ferrero Neira en su obra “Maradona, Obras Completas”, Alberto Carrasco es el guardameta al que mejor le fue enfrentando a Diego Maradona, ya que de los arqueros a los que Diego no les hizo goles, él fue el que más lo enfrentó, en cinco oportunidades.
Luego de su adiós a Newell’s recalaría en Gimnasia y Esgrima de La Plata, para volver luego a su querida Uruguay para retirarse en Defensor Sporting, jugando la Copa Libertadores 1982.