por Luis Prats, socio del CIHF
Una consecuencia poco conocida del Maracanazo, la impactante definición del mundial de 1950 que dejó tantas marcas en Uruguay y en Brasil, fue la amistad duradera que surgió entre sus protagonistas, más allá de que con el triunfo celeste algunos alcanzaron la gloria y otros sufrieron feroces reproches por la derrota.
La fraternidad entre los futbolistas uruguayos y brasileños se terminó de forjar en 1963, con la llamada “Revancha de Maracaná”: un partido benéfico jugado en el Estadio Centenario de Montevideo por la mayoría de los que habían estado en la cancha en 1950. Por entonces se realizaba en Uruguay la llamada Cruzada del Dr. Caritat, en beneficio de niños discapacitados.
Los campeones celestes apoyaron desde el principio esa campaña y de allí nació la idea de esa “revancha”, que sus colegas brasileños aceptaron de inmediato. Se realizó el 19 de diciembre de 1963 ante más de 50.000 personas. Todos pagaron entrada, hasta dirigentes y futbolistas, lo cual permitió lograr una importante recaudación. Uruguay ganó 4 a 1, pero el resultado fue una anécdota.