por Gustavo Karlen, socio del CIHF
La Copa Europeo-Sudamericana: el punto de partida (1960–2004)
El antecedente más directo de los torneos mundiales de clubes es la Copa Europeo-Sudamericana, más conocida como Copa Intercontinental, disputada entre 1960 y 2004. Organizada conjuntamente por la UEFA y la CONMEBOL, enfrentaba a los campeones de la Copa de Campeones (actual Champions League) y la Copa Libertadores de América.
En sus primeras ediciones, el torneo se disputaba a dos partidos (ida y vuelta), pero a partir de 1980 se jugó en un único encuentro en Japón, con el patrocinio de Toyota, lo que le dio mayor visibilidad global.
Durante décadas fue el título más prestigioso a nivel intercontinental, y aunque no incluía a equipos de América Central y del Norte, Asia, África y Oceanía, era considerada de facto como la “final mundial” de clubes, en una época en la que estas dos confederaciones dominaban ampliamente el fútbol internacional.
Su valor simbólico y competitivo la convirtió en una referencia histórica, y desde 2017 la FIFA reconoce como Campeones del Mundo a todos los ganadores 1960-2004 de la Copa Intercontinental.
Un antecedente regional: la Copa Interamericana (1969–1998)
En paralelo a la Copa Intercontinental, la Copa Interamericana fue una competencia organizada entre la CONMEBOL y la CONCACAF, que enfrentó al campeón de la Copa Libertadores con el campeón de la Liga de Campeones de la CONCACAF. Disputada de manera intermitente entre 1969 y 1998, fue un interesante cruce internacional para los clubes del continente americano, aunque con menor difusión mediática.
Este torneo regional puede considerarse un antecedente conceptual del actual “Derbi de las Américas”, una de las instancias eliminatorias dentro de la nueva Copa Intercontinental de la FIFA, que enfrenta al campeón sudamericano con el campeón de la CONCACAF.
Otro antecedente regional: la Copa Afroasiática (1987–1999)
En un contexto similar al de la Copa Interamericana, la Copa Afroasiática de Clubes fue una competencia organizada conjuntamente por la Confederación Asiática de Fútbol (AFC) y la Confederación Africana de Fútbol (CAF). Se disputó de forma regular entre 1987 y 1999, enfrentando al campeón de la Liga de Campeones de Asia con el campeón de la Liga de Campeones de África. Esta copa también puede considerarse un antecedente directo del actual modelo de cruces intercontinentales escalonados, como los que propone la Copa Intercontinental de la FIFA, donde campeones de confederaciones “no UEFA” compiten entre sí antes de enfrentar al campeón europeo.
Copa Mundial de Clubes de la FIFA: inclusión global y dominio europeo (2000–2023)
En el año 2000, la FIFA dio el primer paso hacia una competencia verdaderamente global al organizar el primer Campeonato Mundial de Clubes, en Brasil. Aunque la experiencia inicial no tuvo continuidad inmediata, en 2005 el torneo fue relanzado de forma anual y adoptado como el nuevo estándar internacional, reemplazando a la Copa Intercontinental, al incorporar a todas las confederaciones continentales.
Este formato reunía a los campeones de las seis confederaciones, más un equipo del país anfitrión, en una sede única y con eliminación directa. El torneo se jugó anualmente en países como Japón, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Qatar y Arabia Saudita. Siempre fue en formato reducido y con duración de entre 10 y 14 días.
Durante casi dos décadas, esta versión del Mundial de Clubes brindó visibilidad a equipos de África, Asia, Oceanía y CONCACAF, pero fue ampliamente dominada por los clubes europeos, que se llevaron la mayoría de los títulos, reflejo de las profundas asimetrías en el fútbol global.
La nueva Copa Intercontinental de la FIFA: una descentralización del Mundial de Clubes
En 2024, como parte de un proceso hacia una reestructuración más ambiciosa, la FIFA introdujo una nueva versión de la Copa Intercontinental, distinta a la histórica. Ésta enfrenta al campeón de la Champions League con el ganador de cuatro playoffs intercontinentales previos entre los campeones de las otras confederaciones.
Este modelo descentraliza la logística del viejo Mundial de Clubes: ya no hay una sede única ni todos los campeones participan en simultáneo. La final sigue representando un enfrentamiento global, pero con un sistema de clasificación escalonado que reduce la complejidad del evento y además otorga trofeos a tres series previas de eliminación: la “Copa África-Asia-Pacífico”, el “Derbi de las Américas” (creo que podría denominarse “Copa Interamericana”, tratando de preservar al menos parte de la historia) y la “Copa Challenger” (semifinal Intercontinental).
Esta versión actualizada de la Copa Intercontinental, además de funcionar como una continuidad de su primera e histórica versión y del anterior formato del Mundial de Clubes, ocupa un espacio temporal intentando mantener un título anual de prestigio, en paralelo a las futuras ediciones del nuevo gran torneo de la FIFA.
El nuevo Mundial de Clubes de la FIFA: ¿el formato definitivo?
Todos estos modelos confluyen en el diseño del nuevo Mundial de Clubes de la FIFA, que tiene su primera edición este año 2025 con sede en Estados Unidos. El torneo se disputará cada cuatro años y contará –al menos así es en su primera edición- con 32 equipos clasificados según su rendimiento continental en el ciclo previo.
Este nuevo formato, inspirado en el Mundial de selecciones, representa el intento más ambicioso de la FIFA por consolidar una competencia global, competitiva, rentable y atractiva para todos los mercados. Ya no será una copa entre campeones continentales: se convierte en una cumbre mundial del fútbol de clubes, con una duración de casi un mes y participación de los clubes más relevantes del planeta.
Un dilema semántico difícil de evitar
Como ya se explicó, en su intento de mantener continuidad histórica, la FIFA ha optado por reconocer como “campeones del mundo” a los ganadores de torneos como la Copa Intercontinental y el Mundial de Clubes en su primera versión. Sin embargo, esta decisión la ha colocado en una especie de “brete” semántico: la expresión “campeón del mundo” sugiere la consagración en una competencia global, abierta a todas las regiones y con un nivel de dificultad comparable al de una Copa del Mundo de selecciones. Pero lo cierto es que los torneos previos no cumplían del todo con esos criterios. Al sostener esa misma denominación para contextos tan distintos, la FIFA asume el riesgo (intencional o no) de diluir el peso simbólico de aquellos torneos, o bien de abrir debates históricos innecesarios sobre la legitimidad comparada de unos y otros.
Tal vez el desafío no esté en borrar o corregir esa semántica heredada, sino en aprender a convivir con diferentes tipos de campeones del mundo, según el tiempo y el formato en que se haya dado cada consagración.
Cabe preguntarse si no es el momento de comenzar a hablar de dos generaciones distintas de campeones mundiales de clubes. Por un lado, los que triunfaron en formatos anuales intercontinentales —ya sea en la Copa Intercontinental (1960–2004), en el Mundial de Clubes FIFA (2000–2023) o en Copa Intercontinental de la FIFA (desde 2024)—, y por otro, los que conquisten el nuevo torneo ampliado, a disputarse cada cuatro años con 32 equipos.
No se trata de deslegitimar los títulos anteriores, que fueron oficiales, altamente competitivos y representativos de su época. Pero sí de reconocer que el nuevo formato implicará una mayor exigencia deportiva y diversidad geográfica, lo cual le otorga un carácter distinto, más comparable al Mundial de selecciones.
La clave estará en no imponer un relato parcial, sino en preservar una memoria justa y plural, que reconozca tanto el peso de la tradición como la lógica de los nuevos tiempos.
Una pregunta inevitable: ¿qué lugar ocuparán los campeones del pasado?
Frente a este nuevo paradigma, surge una pregunta tan válida como inevitable: ¿cómo serán recordados, dentro de 50, 70 o 100 años, los campeones de las copas predecesoras? ¿Tendrán el mismo reconocimiento que los futuros ganadores del torneo ampliado? ¿El relato histórico los mantendrá como “campeones del mundo”, o el peso institucional, económico y mediático del nuevo Mundial de Clubes los relegará a un segundo plano?
La historia del fútbol ya ofrece un ejemplo muy ilustrativo: Uruguay fue campeón olímpico en 1924 y 1928, cuando los Juegos Olímpicos eran la principal competencia internacional del fútbol. La FIFA reconoció oficialmente esos logros como títulos mundiales, y por eso la Celeste lleva cuatro estrellas sobre su escudo. Sin embargo, desde la creación del Mundial de selecciones en 1930, la narrativa dominante —incluso en documentos oficiales— ha tendido a restarle valor a aquellas conquistas olímpicas, considerándolas como “antecedentes” más que como títulos equiparables.
Algo similar podría suceder con clubes que ganaron la Copa Intercontinental, el Mundial de Clubes en su primera versión o incluso la actual Copa Intercontinental de la FIFA. Aunque en su momento representaron la cúspide del fútbol global, la consolidación de un nuevo formato “definitivo” podría diluir su peso simbólico.
Para los simpatizantes de aquellos equipos, este fenómeno puede vivirse con una mezcla de orgullo y nostalgia: el orgullo de haber llegado a la cima en su tiempo; la nostalgia de sentir que esa cima ya no es vista como tal por las generaciones futuras.
Y, al igual que con los logros de la selección de fútbol de Uruguay, quedará en manos de los investigadores, el periodismo, la historia oficial y la memoria colectiva el preservar y reivindicar el lugar que esos títulos deben ocupar en la historia del fútbol mundial.