por Oscar Barnade, socio del CIHF
“That no man play at the Fute-ball” (“Qué ningún hombre juegue al fútbol”). El decreto publicado en Escocia en 1424 por Jaime I, prohibiendo ese juego masivo en el que todo valía a excepción del asesinato y el homicidio, no pudo extirpar la pasión que sigue provocando el fútbol. Cuatro siglos después, el 26 de octubre de 1863, en una taberna de Londres, se creó la Football Association, la entidad de fútbol más antigua del mundo, que está cumpliendo 160 años. Allí el fútbol se organizó definitivamente: se definieron las 14 reglas que, más allá de las modificaciones posteriores, siguen siendo la base del deporte.
Jugar a la pelota con el pie tiene una historia milenaria. Existen registros de juegos similares en China en el siglo III y II antes de nuestra era, en la antigua Grecia y en el Imperio Romano. En Gran Bretaña y en Francia, entre 1300 y 1800, el fútbol masivo fue motivo de constantes prohibiciones, no así en Florencia, Italia, donde un juego propio llamado Calcio, se realizaba en los días festivos en las calles de la ciudad y los equipos se presentaban con vestidos de diversos colores.
Pero fue recién a comienzos del siglo XIX —a partir de la Revolución Industrial que se produjo en Gran Bretaña— cuando el fútbol tomó impulso y se impuso. Las clases dominantes comenzaron a disponer de un tiempo de ocio que dedicaron a los deportes. Los colegios y las universidades a las que tenían acceso la clase alta británica también le dieron fundamental importancia a la cultura física. Fue entonces donde se renovó y refinó. Richard Mulcaster, pedagogo y director de colegios importantes de la época, le adjudicó a la causa valores educativos positivos y fue él quien propuso reducir la cantidad de jugadores y crear la figura de un árbitro. Los colegios y las universidades tenían sus propias reglas y los campos no eran todos iguales. Unos le daban más importancia al dribbling que a la potencia del tumulto. Entre ellos estaban los colegios Eton y Harow, y en sus campos actuaban 11 jugadores, el número que quedó establecido por ley en 1870. Mientras que otros colegios, como Cheltenham y el Rugby, preferían el juego rudo, donde el balón se podía jugar y hasta llevar con la mano. Sin embargo, el fútbol no es un desprendimiento del rugby, ya que desde siempre se le dio más importancia a la destreza y a la habilidad que se podía desarrollar con los pies. A partir de entonces se hicieron visibles las diferencias entre los colegios. En 1846 se fijaron en Rugby las primeras reglas de fútbol con carácter obligatorio; dos años después, en la Universidad de Cambridge se redactaron las 10 reglas básicas del juego, en las que se descartaba la utilización de métodos rudos, como hacer zancadillas, patear la canilla del contrario, y también contra el juego con la mano. Entonces, la fracción de Rugby se retiró.
El impulso decisivo se produjo durante los últimos meses de 1863. Once clubes (curiosamente la misma cantidad que una formación titular) y colegios londinenses se reunieron en Freemasons Tavern y, luego de seis reuniones, se redactaron las nuevas reglas del fútbol. Fue el 8 de diciembre de 1863 cuando el fútbol y el rugby tomaron cada uno su propio camino. Uno de los clubes fundadores, el Blackheath, se retiró y se dedicó a fomentar el rugby. “Paradójicamente, de los once clubes iniciales, Blackheath aún existe y es el club de rugby más antiguo del mundo”, asegura el historiador Jorge Gallego.
Luego todo fue vertiginoso. Se mejoraron las reglas; se disputó el primer partido internacional; se creó la Copa Inglesa, la primera y más antigua competición organizada del fútbol del mundo; surgieron nuevas asociaciones; se incorporó a los Juegos Olímpicos con carácter oficial desde 1908; y se puso los pantalones largos cuando en 1930 se organizó el primer Mundial.
La historia se encargó de pulverizar aquel decreto escocés de 1424. Ningún hombre dejó de jugar al fútbol.