por Raúl Ramírez, socio del CIHF
“Crónica de una salida anunciada. Ante la indiferencia de la municipalidad de Moreno en el pedido de colaboración del club Fénix para habilitar el estadio casi terminado ubicado sobre la calle General Los Hornos esquina Verdaguer, a la altura de la Curva de San Enrique de Ruta 25, la comisión directiva de la institución decidió vender la construcción y radicarse en el partido de San Vicente, en el conurbano sur. Una situación inédita: tenemos registro de estadios que se han vendido por quiebra de clubes o expropiaciones como las ocurridas en la última dictadura militar (tal como le pasó a Fénix en los años de plomo). Por lo tanto, Moreno no tendrá equipo en las categorías superiores de AFA, ya que Fénix disputa la Primera “B” Metropolitana.”
Semanario Actualidad, de Moreno
La nota que antecede ilustra sobre la situación actual del Club Atlético Fénix. Sin embargo, hay que aclarar que en 1978 Fénix no quebró ni le expropiaron el estadio. Fue desalojado de facto por las topadoras del Brigadier Cacciatore, intendente porteño de la dictadura cívico militar de 1976/83.
Aprovechando la pausa futbolera del fútbol doméstico por el Mundial, el detentador del poder municipal arrasó con la villa de emergencia que existía pegada al Mercado Dorrego y con todo lo que en su interior había, incluyendo la cancha de Fénix. El club se había instalado en los ’50, en lo que era un enorme descampado lleno de canchitas de fútbol, atrás del Mercado. La sede del club estaba cerca, por Concepción Arenal, del otro lado de avenida Córdoba. La cancha tenía una tribuna lateral de madera en el lateral que daba a Dorrego, dotado en sus últimos años de cabinas de prensa con el nombre del periodista Félix Frascara. Había dos o tres escalones detrás de cada arco y pegada a la cancha, del lado de la popular, una pequeña “tribunal oficial”, con butacas de madera de asiento plegable, como en los viejos cines de barrio. Al lado, hacia Conde, estaban los vestuarios, desde los que se accedía directamente, sin túnel, a la cancha. Había una canchita de baby y debajo de las tribunas, buffet, peluquería y alguna otra dependencia. Se accedía desde Jorge Newbery y Conde caminando a través del barrio precario, o atravesando una especie de tranquera desde el lado de Dorrego y Cabrera, todo en el barrio de Colegiales, limitando con el de Chacarita y, del otro lado de Dorrego, con el de Palermo.
Partido ante Arsenal de Llavallol en el viejo estadio del Barrio Dorrego
Foto: Recordando Ascenso
Fénix perdió todas las mejoras que había hecho en el predio, sin recibir nada en concepto indemnizatorio, y sin conseguir nunca más otro lugar en Capital, pese a intensas gestiones tanto durante la dictadura como después, en democracia. En el lugar donde estuvo el estadio (delimitado aproximadamente por Concepción Arenal, Zapiola, Matienzo y Cnel. Ramón Freire), hay hoy una canchita de una escuela.
Cabe agregar que el operativo fue con apoyo militar y sin previo aviso, tanto para los pobladores como para el club. Fénix sufrió el impacto, ese mismo año bajó a la D, dónde sufrió en años posteriores un par de desafiliaciones temporarias por bajo promedio. Tardó mucho en recuperarse y lo hizo con un acuerdo de gerenciamiento con el empresario Mansilla, el mismo del Rocha uruguayo. Tras varios años idílicos, el acuerdo se rompió, Fénix se quedó sin la cancha de Pilar construido en realidad como estadio municipal, pero pintado con los colores blanquinegros del club (hoy la usa Real Pilar, que con Mansilla y otros socios es la nueva aventura gerencial del antiguo “amigo” de Fénix) y vendió su sede para construir su estadio en Moreno, con el triste resultado que ahora vemos.
Insólitamente deberá vender un estadio construido en un 90% porque la Intendente Municipal Mariel Fernández no quiere fútbol de AFA en su territorio. O no quiere a Fénix, por lo menos. No será fácil la nueva mudanza, ahora a San Vicente, donde lo esperan autoridades municipales más propicias.
Haciendo honor a su nombre y a su historia, una vez más tendrá que renacer de sus cenizas.
Mariel Fernández, la Intendente que no quiso