Jorge García Barrera: 20 años de injusticia

por Agustín Paratcha, socio del CIHF

 

Una bala perdida. Una. Y fue suficiente. Para arruinar una vida en busca de un sueño, una familia, un plantel, un club, una ciudad y un país, que vuelve a ser víctima de un nuevo caso de gatillo fácil. Es la madrugada del 26 de junio de 2005. Los Polvorines. Partido de Malvinas Argentinas. Un joven, de aspecto flaco, espera un remís al lado de su casa para su novia, con quien comparte una relación hace tres años. Para no perderlo, se trasladan hasta la estación de Pablo Nogués. Hasta aquí todo en orden. Ya la despedida es inminente. Pero se asoman los segundos trágicos. Un auto chevrolet corsa con vidrios negros con tres sujetos pasa a metros de la pareja. No se detiene en ningún segundo. Mientras avanza, uno de ellos suelta un insulto dirigido a la novia del joven, quien reacciona, la defiende, y, como consecuencia, recibe un disparo. Aún con vida, lo trasladan al hospital Ramón Carrillo, aunque el panorama no es alentador. Al cabo de unas horas, pasada la intervención quirúrgica, fallece. Este joven, apodado el flaco, es Jorge García Barrera, el futbolista que aún vive en los corazones de los hinchas del trueno verde.

El día anterior a la tragedia, San Miguel estaba de fiesta. Había asegurado la permanencia a la C tras dar vuelta la serie (derrota 2-1 en la ida) y ganar el partido de vuelta 4-1 a Liniers, que terminó con tres jugadores expulsados en Los Polvorines. Durante el entretiempo, los jugadores visitantes salieron disparados hacia el banco del trueno verde. Se armó un amontonamiento, pero todo se enfrió y los dos equipos volvieron a los vestuarios. La violencia en cancha no tapó la alegría de la gente que coreaba el nombre de Juan Tradito, aquel entrenador que apostó con un 3-4-3 ofensivo para mandar a callar a todos que lo daban por muerto, y al referente Walter “Tati” Berardi, el histórico defensor que se retiró como jugador profesional tras haber estado en la institución desde 1996. Todo era felicidad en el Malvinas Argentinas. Sí, aunque duraría pues poco y nada. Porque nadie estaba preparado, en las próximas horas, para sufrir una noticia desgarradora.

Si la alegría era descomunal para los jugadores, quizás para Jorge García Barrera, un jovencito de tan solo 21 años, significaba el doble o el triple. Porque se crió, literalmente, en el club. Llegó a los 10 años, realizó tanto el colegio primario como secundario en San Miguel (allí conoció a su novia, Cecilia del Valle Gatti), jugaba de cinco en las inferiores en la misma posición que Fernando Redondo, su ídolo, y daba clases de educación física a chicos juveniles, además de ayudar a personas con discapacidad. Sin embargo, el chico de la casa, víctima del gatillo fácil, ya no estaba en la tierra y, ante la depresión que sufrió su padre –también llamado Jorge García Barrera–, la tristeza de la madre Cecilia y la injusticia por ninguna detención, había que realizar una despedida. Y se logró cinco años después.

Ya estamos en mayo de 2010. Día domingo y no cualquiera. A casi cinco años de la muerte del flaco, empieza el homenaje tan esperado y, al mismo tiempo, doloroso, organizado por el grupo Sábado, que propuso, junto a la madre de “Jorgito”, esta cita. Eran las 15:00 horas. En el escenario, rodeado por la orquesta municipal de Escobar, aparece Jorge García Barrera padre. Mano derecha al micrófono y la izquierda al bolsillo. Momento de profundo desahogo. Y se refleja en su rostro. Cada pausa es una mirada cabizbaja y transmite un suspiro que genera un vacío por dentro. En cada bache, se asoma el llanto. Al arrancar una frase, toma aire, saca pecho y mira al cielo, donde, en un futuro, haya una vida más justa. “Era un tipo que estrechaba la mano firme, leal, que jamás fue un teórico y siempre practicó lo que predicó con valores morales y éticos inalterables. Transitó la vida estrechando la mano fuerte y segura. Su sonrisa cautivadora y su mirada tierna hacían más creíble su propuesta”, expresa al borde de las lágrimas. En aquellos minutos, él agradece, sobre todo, la compañía: periodistas, jugadores del club, al grupo Sábado que construye el vestuario de inferiores con el nombre de su hijo, familiares, músicos y todo el público, con carteles en pedido de justicia. “Me gustaría contar muchas anécdotas, pero la emoción no me lo permite”, finaliza con el llanto
totalmente irresistible.


Acto seguido, ingresan a la cancha algunas categorías de las divisiones inferiores, que desfilaron alrededor del campo de juego con una imagen en tamaño real de Jorge García Barrera. Su cara sonriente, con el uniforme azul de San Miguel y con la pelota debajo de la suela. Una imagen que se vio en toda la jornada, que tuvo como protagonista, nuevamente, a su padre. Ya pasada el atardecer y llegada la noche, vuelve a dedicar unas palabras: “Cada segundo de mi vida es un calvario con la ausencia de Jorge hace cinco años”. Hoy, con San Miguel en la cancha, con Riddim tocando acá, la banda que Jorge amaba”.  Y le da la bienvenida al cantante “Pety” con un cálido abrazo que significa un conjunto de emociones y recuerdos indescriptibles, aunque prevalezca la bronca y la ira. Pablo aparece con una remera blanca, pero bien centrada, está la foto de “Jorgito”.


Con un “gracias” en la parte superior y el nombre “Riddim” en la parte inferior. “Todo esto fue para Jorge”, son sus primeras palabras. Para concluir, suena “Remando”. Un tema que habla sobre seguir avanzando pese a todo y seguir con esperanzas. La letra es sensible, pero es inevitable no relacionarla con el contexto.

Junio de 2025. Mes en el que se cumplirán 20 años. No hay olvido, sino memoria ante una persona querida en el club. Walter “Tati” Berardi, jugador del San Miguel que mantuvo la categoría ante Liniers, recuerda con dolor su partida a tan temprana edad y el repudio al no haber ningún detenido: “un chico joven, sano y a pesar de haber estado poco tiempo con nosotros, ya habíamos aprendido a quererlo. Tenía una personalidad fuerte, seria y sabía lo que quería. Sobre todo, era muy ubicado. Está mal que no haya una persona detenida. Fue un asesinato. Pasó un coche y lo balearon. Que no haya nadie preso es muy feo y doloroso”. Además, agrega que nunca más hubo contacto con la familia. Cabe recalcar que “Tati” no compartió cancha con “Jorgito” ni tampoco alegrías o carcajadas en los entrenamientos. No lo conocía mucho, pero se ganó su respeto.

Hoy, a casi veinte años de su asesinato, no hay responsables. Como si no hubiera ocurrido nada.  Recién en 2011, el exoficial Cristian Javier Soria fue condenado a cinco años de prisión. Según la novia de Jorgito, en aquel momento, se encontraba en la parte trasera del auto. Además, señaló que un tal Alberto Martínez estaba de testigo mientras esperaba el micro alrededor de las 2:30 de la mañana sobre la ruta 197. “Aparentemente, no habría signo de intención de robo o algo por el estilo, porque tres sujetos desde adentro de un vehículo le dispararon, sin motivo alguno”, comentó Hernán Zuazo, en aquel momento vocero de Raúl Sorraco, fiscal de la unidad Funcional de instrucción número 2 del Departamento judicial de San Martín, quien estaba a cargo del caso. Y agregó: “Hay algunas cuestiones para ver si se puede profundizar y llegar a algo, pero no las podemos decir”. Al fin y al cabo, nunca se llegó a nada. No hubo justicia.

Derrumbaron el sueño de “Jorgito”, pero, al mismo tiempo, el de toda una familia. El club, gracias al grupo Sábados, que organizó el homenaje y se puso en contacto con la banda Riddim, trató de subsanar una herida que no se pudo tapar. Quizás un pedazo. Pero no hubo curación. Solo preguntas. Aunque solo una en particular, realizada por el futbolista del trueno, Miguel Ríos, que conmovió y representó a todos los futbolistas asesinados por gatillo fácil. “Hay momentos en que se me cruza por la cabeza. ¿Por qué se va la gente así?, será cosa de Dios o del destino, que nos puso enfrente”. “Jorgito” se fue, pero estuvo siempre sin darnos cuenta. En la permanencia como un hincha más (pese a no haber concentrado), en el homenaje, en las camisetas de cada jugador y en el vestuario de las inferiores con su nombre, para que los niños y juveniles, que alguna vez ayudó, no se olviden quién fue.

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