Por Atilio Garrido, socio del CIHF
El lunes 6 de febrero de 1956 se enfrentaron en el estadio Centenario de Montevideo por el Campeonato Sudamericano Extra los equipos de Uruguay y Chile. Abrió el marcador Míguez a los 12′ para Uruguay, empató Jaime Ramírez para Chile a los 58 y a los 62 cerró el tanteador Carlos Borges con gol olímpico anotado en el arco de la tribuna Ámsterdam. Uno más de estos goles, siempre bastante difícil de convertir…
Sin embargo no fue uno más. Normalmente se llama gol olímpico al de 1924, mes de octubre, convertido a Uruguay en Buenos Aires. Aquel fue un córner desde la izquierda del ataque argentino y más allá de si hubo infracción o no al golero Mazzali que fue atropellado por un atacante argentino cuando saltaba, el juez uruguayo Vallarino lo concedió. O sea, como casi todos los goles olímpicos la pelota viene por el aire, en centro y se mete en el arco por alto, sin que el golero la alcance.
Ahora bien. Este gol olímpico de Carlos Borges es curiosísimo porque la pelota entró deslizándose a ras del suelo y pasó por entre las piernas del golero chileno Escutti.
No hubo fotografías del gol. Captar imágenes en aquel tiempo con iluminación deficiente y utilización de flash por los chasiretes, daba como conclusión fotos de poca definición.
En Uruguay, como en Argentina y otros países, los diarios tenían dibujantes que al otro día del juego publicaban las mejores incidencias según su visión de las mismas. Esta práctica viene en Uruguay desde la década del veinte.
En ese momento el dibujante Héctor Mancini estaba de moda y era muy famoso. Además tenía sentido del humor y guionaba un personaje en sus “comic” al que llamó Pepe Rebenque. Pues bien, al otro día del partido uno de los dibujos del mismo fue el gol “rastronero” olímpico convertido por Carlos Borges. El gol del triunfo. Y al lado de Escutti está Pepe Rebenque haciendo una broma.
En la declaración de Carlos “Lucho” Borges se deduce que él sacó el centro a media altura, rasante, la pelota cayó antes del primer palo del arco de Chile defendido por Escutti y se “enroscó”. De lo que escribe el cronista en tiempos donde para firmar una nota en un diario había que ser muy superior a Diego Lucero, El Veco, Frascara u otros, también surge que muchos pensaron que el gol había sido anotado por Ambrois que estaba en la jugada, cosa luego descartada por el juez y el propio Borges. Todas estas cosas son de un tiempo hoy paleolítico del fútbol, sin televisión, con iluminación muy precaria casi a velas de grasa de potro y máquinas de fotos que para dominarlas había que ser un fenómeno.