Uruguay 1930: el inicio del torneo global

por Darío Ocampo, socio del CIHF

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El sueño de un torneo global, en el que las mejores selecciones de fútbol del mundo se enfrentaran por la gloria, tomó forma en 1930. Uruguay, cuna de campeones olímpicos y símbolo del crecimiento del deporte en Sudamérica, fue el escenario de la primera Copa del Mundo de la FIFA. Entre boicots europeos, largos viajes en barco y un clima de tensión entre las potencias rioplatenses, el certamen sentó las bases de un evento que con el tiempo se convertiría en el espectáculo deportivo más importante del planeta. Este es la historia de un torneo pionero, de héroes inmortalizados y de la primera gran final que definiría al primer campeón mundial.

De los Juegos Olímpicos al Mundial

La FIFA fue fundada el 21 de mayo 1904 y desde entonces quiso un torneo internacional de selecciones. La falta de infraestructura se lo negaba. Ante esto, le pidió al Comité de los Juegos Olímpicos que incluyese a la disciplina futbolística entre las competiciones de la cita olímpica. Para Berlín 1916 se estrenaría el fútbol allí, pero el mundo atravesó la Gran Guerra (1914-1918). Finalmente, en Amberes 1920 se jugó al fútbol en los Juegos Olímpicos. Luego de la edición de Ámsterdam 1928, el Comité decidió excluir al fútbol. Fue entonces que la FIFA, motivada por el éxito de los torneos olímpicos, retomó la búsqueda de un certamen del calibre que deseaba, la Copa del Mundo. Para ello, envió cuestionarios a las asociaciones afiliadas y se puso en marcha un comité especial para la misión con el presidente de la FIFA Jules Rimet y el también francés Secretario de la Federación Francesa de Fútbol Henri Delaunay. Asimismo, el austríaco Hugo Meisl, un directivo importante del fútbol de Europa central que había creado la Copa Mitropa -primer gran torneo2 internacional de clubes- y la Nations Cup -jugada entre Austria, Checoslovaquia, Hungría, Italia y Suiza-, recibió buena parte de esta misión que supuso la institucionalización del fútbol sudamericano. A las cuatro federaciones fundadoras de la Conmebol (Argentina, Brasil, Chile y Argentina), se sumaron la Asociación Paraguaya de Fútbol (1921), la Federación Peruana de Fútbol (1925), la Federación Boliviana de Fútbol (1926) y la Federación Ecuatoriana de Fútbol (1927).

El 26 de mayo de 1928, en Ámsterdam, se confirmó la disposición de la FIFA a dar inicio a esta historia en el año 1930 con sede a elegir. A diferencia del espíritu amateurista promovido por los Juegos Olímpicos, la Federación Internacional del Fútbol Asociado puso como condición que solo participaran los futbolistas profesionales en esta competición.

Montevideo, la cuna de la Copa del Mundo

Parecía que en Europa se jugaría el primer certamen. Es que los primeros en postularse como sedes fueron Hungría, Italia, España, Países Bajos y Suecia. Sin embargo, la sede sería una nación sudamericana.

Uruguay, desde el principio, tenía cierto favoritismo, tanto por sus medallas de oro obtenidas en la disciplina futbolística de los Juegos Olímpicos de París 1924 y de Ámsterdam 1928 como por hallarse en vísperas de la celebración del centenario de la Jura de la Constitución, del nacimiento de su Estado propio. El uruguayo era un terreno sumamente fértil a ojos de la FIFA: la por entonces llamada “Asociación Uruguaya de Football” se dispuso a cubrir todos los costos -viáticos y hospedaje de los equipos participantes-; a compartir toda ganancia; a asumir los déficits y a nada menos que levantar un nuevo estadio. Así, con el mundo atravesando la crisis económica, con las candidaturas europeas ya concentradas en la propuesta de Italia, el discurso de Adrián Beccar Varela -el presidente de la Asociación Amateurs Argentina de Football- en apoyo a sus vecinos motivó la baja italiana. En el XVIII Congreso de la FIFA en Barcelona en mayo de 1929 se asignó la primera localía de la Copa del Mundo a los uruguayos, aunque en algunos artículos europeos de la época se vea como sorpresiva la decisión de dar este honor a lo que llamaban un “pueblito portuario del Tercer Mundo”.

Pero las cosas no se resolvieron así de fácil. En este contexto, los clubes no estaban muy dispuestos a ceder a sus mejores jugadores por dos meses. Y, de hecho, una tras otra fueron las federaciones de Europa rompiendo su promesa de jugar, concretando un verdadero boicot ante la decisión de la FIFA. Tal fue así que el propio Rimet se dedicó personalmente a convencer de participar a otras federaciones de su continente. Estas fueron la belga, la francesa, la rumana y la yugoslava; todas viajaron en el Conte Verde a la escala de Buenos Aires. En el Congreso de la FIFA llevado a cabo en Budapest en junio de 1930 la FIFA dio las gracias a Uruguay por tomar tamaña responsabilidad en semejantes condiciones, por ser el seno de la Copa del Mundo, mientras los boicoteadores europeos intentaban lograr el cambio de la sede.

3En la década de 1920 y bajo el gobierno de José Batlle y Ordóñez, en Uruguay ya estaba en auge la construcción de hoteles, monumentos y puentes, algo que fue coronado con la concreción -en el tiempo récord de ocho meses- del Estadio Centenario de Montevideo. Fue llamado así en honor a la celebración del centésimo aniversario de la independencia uruguaya. El estadio, asentado por entonces como el más grande de Sudamérica, continúa siendo a fecha de publicación de esta nota la casa de la selección celeste.

El trofeo a entregarse al ganador fue hecho por el escultor francés Abel Laffleur. 35 cm. de alto, 3.800 gramos, plata esterlina chapada en oro y lapislázuli caracterizan el trofeo. En los cuatro lados de la base se encontraban planchas de oro donde escribir los nombres de los ganadores. La copa es sostenida por una figura con alas, que representa a Niké, la diosa griega de la victoria.

El inédito sistema de competición

La Copa del Mundo se jugó por única vez sin eliminatorias previas. El 28 de mayo de 1930 era la fecha límite para confirmar la presencia, pero ninguna de las selecciones europeas había hecho esto para entonces.

El equipo de Egipto literalmente perdió el tren que lo llevaría a embarcarse junto a las selecciones europeas que rumbeaban al Río de la Plata. Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda no estaban en carpeta, dado que no formaban parte de la FIFA, con quien se hallaban en desacuerdo acerca del pago ilegal a jugadores amateurs; además, reacios se mostraban a enfrentar a los antiguos enemigos de la Gran Guerra. Tal fue así que la Football Association -la federación de Inglaterra- respondió con una tajante negativa a fines de 1929 a la invitación que la propia federación uruguaya de fútbol le hizo, buscando la presencia de los considerados creadores del deporte.

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Finamente, no se alcanzó la meta de 16 participantes; se llegó a 13. En consecuencia, el formato, que según se preveía consistiría en uno de eliminación directa con inicio en los octavos de final, fue modificado: 4 grupos (uno de cuatro y otro de tres equipos); el primero de cada uno avanzaría a la fase de eliminación directa a partido único con inicio en las semifinales. 2 puntos por victoria; ninguno por derrota; uno para cada equipo en caso de igualdad. Si terminaban empatados en el primer puesto dos equipos, estos deberían jugar un desempate.

Cabe mencionar que el sorteo se desarrolló cuando todos los participantes estaban en Uruguay para asegurarse que todos jugaran y evitar una especulación asociada a sus posibilidades por parte de las federaciones.

La impredecible fase de grupos

Entonces, de la siguiente forma quedó la fase de grupos de la Copa del Mundo de 1930. En el grupo 1, Argentina, vicecampeona de los Juegos Olímpicos de 1928 y ganadora del Campeonato Sudamericano de 1929, se presentaba con peso, como cabeza de grupo. La selección de Chile, tercera del Sudamericano del ´26 y con el atacante Guillermo Subiabre; Francia, relegada en Europa y con el reconocido meta Alexis Thépot, y México, octavofinalista del torneo olímpico anterior, completaban el primer “grupo de la muerte”.

Los bolivianos, cuya selección debutó en 1926, solo tenían derrotas en su corto historial de partidos. Ellos, junto a Brasil -dos veces campeón de Sudamérica y cabeza de este cuarteto- y a Yugoslavia -octavofinalista de los Juegos Olímpicos de 1928, aunque con un muy buen equipo- integraban el grupo 2. Vale la pena mencionar que entre los brasileros no estaría el goleador Arthur Friedenreich dado que solo fueron seleccionados aquellos nacidos en Río de Janeiro, en un contexto racista que no veía con buenos ojos la convocatoria de negros; y que por Yugoslavia jugaron solo futbolistas de origen serbio, por el boicot de los de Croacia.

En el grupo tercero, Perú -con solo una victoria hasta entonces en su historia-, Rumania -octavofinalista de los Olímpicos de 1924- y la favorita y local Uruguay, vigente bicampeón olímpico que venía preparándose por 4 semanas herméticamente.

Mientras tanto, el cuarto y último grupo fue integrado por el equipo de Bélgica -vencedor de los Juegos Olímpicos de diez años atrás-, el equipo de los Estados Unidos -fuera en los octavos de final del torneo olímpico del ’28, e integrado, ahora, por algunos exjugadores profesionales escoceses- y Paraguay, subcampeón sudamericano vigente con un categórico triunfo de 3-0 sobre Uruguay en el trayecto.

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Argentina se impone en un duro grupo

El único grupo de cuatro equipos fue inaugurado con el choque entre Francia y México. Ante menos de 5 mil espectadores, Lucien Laurent definió tras el centro de Ernest Liberati para marcar el primer gol en la historia de la Copa del Mundo. El arquero Thépot se convirtió en el primero en abandonar la cancha por lesión del torneo. Como no se permitía efectuar cambios, Francia jugó el resto del partido con un jugador menos y el mediocampista Augustin Chantrel actuando como arquero. Con André Maschinot obrando el primer doblete en la competencia y Juan Carreño haciendo el gol del honor azteca, los franceses ganaban 4 a 1.

Dos días después, los de Europa jugaron en lo que era el debut del plantel argentino. Los rioplatenses habían tenido problemas para dormir la noche previa: los hinchas uruguayos habían estado haciendo barullo, los mismos que alentarían a les Bleus al día siguiente. El mediocampista argentino Luis Monti mantuvo cojeando a Laurent desde el minuto 2; el arquero galo se resintió de la lesión anterior. El propio Monti, con un remate de tiro libre al minuto 81, puso por delante a la Argentina aprovechando la poco resistente barrera francesa. Cuando quedaban seis minutos y Marcel Langiller corría al arco argentino, el árbitro brasilero pitó el final. La afición saltó a la cancha, la policía tuvo que reprimir y, tras las protestas, se reinició el partido. Los argentinos regresaron después de estar en las duchas pero sin Roberto Cherro, quien se había desmayado por los nervios de la situación. Finalmente, Argentina ganó 1-0 en el Gran Parque Central y Cherro no volvió a jugar en el certamen.

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En ese mismo estadio, Chile debutó con gran resultado: 3-0 a México. A favor de los trasandinos resultó el primer gol en contra en la competición, el que hizo Felipe Rosas. El Zorro Carlos Vidal ayudó al materializar un doblete. El otro delantero de calibre chileno era Subiabre, y él hizo el gol del triunfo en el decisivo choque contra Francia, que así quedaba eliminada. A destacar entre los galos, el arquero Thépot que evitó un nuevo grito de gol de Vidal tapando su tiro penal.

Por su parte, Argentina retomó la actividad sin Manuel Ferreira, que estaba rindiendo un examen de Derecho en Buenos Aires. En su reemplazo, la estelar presentación de Guillermo Stábile con la selección argentina: un hat-trick. En un partido donde se patearon varios penales -el mexicano Rosas marcó el primer gol por esa vía en la historia del torneo-, los de Norteamérica, ya eliminados, fueron derrotados 6 a 3.

Así las cosas, argentinos y chilenos batallaron por la clasificación en un encuentro convulsionado. Stábile hizo 2 goles en dos minutos; Subiabre descontó y Juan Evaristo estableció el 3-1 antes de ser agredido por un rival. Cuando Monti le cometió una falta a Arturo Torres, se necesitaron 30 policías para disolver la riña que se había armado. Los 9 jugadores chilenos que quedaban, entre los que estuvo Subiabre atajando, se despidieron por cinco años, como su selección, de un partido internacional mientras los argentinos lograban el paso a semifinales de la Copa Mundial.

Yugoslavia sorprende y Brasil fracasa

En el Gran Parque Central, Brasil, que no jugaba desde el Campeonato Sudamericano de 1925 y hacía debutar a diez jugadores, se presentó con el estreno de Yugoslavia. Aleksandar Tirnanić aprovechó el rebote del golero Joel al tiro de Branislav Sekulić para adelantar a los europeos, que aumentarían la ventaja gracias al buen esfuerzo individual de Ivica Bek. Preguinho, que además practicaba básquetbol, vóleibol y waterpolo, convirtió el descuento de los sudamericanos, quienes se volcaban al ataque. El meta prominente en todo el torneo que fue Milovan Jakšić e Milutin Ivković evitaron variaciones en el marcador que reflejó 2-1 a favor de los balcánicos.

7Unos días más tarde, Yugoslavia, con un doblete de Beck y anotaciones de Blagoje Marjanović y de Djordje Vujadinović, aplastó a Bolivia por 4 a 0. Mientras los de los Balcanes -con tres jugadores que se desempeñaban en el fútbol francés- se aseguraban la clasificación a semifinales, la Verde hizo debutar a cinco jugadores, entre los que estaba Gurmencindio Gómez. El delantero que jugó solo dos años al fútbol sufrió la quebradura de su pierna en una disputa librada con Ivković.

Bolivia cerró su participación constituyendo el primer triunfo en mundiales para Brasil, que también se marchaba eliminada en la primera ronda a pesar de llegar como favorita del grupo. Fue 4 a 0, con un doblete de Moderato y otro de Preguinho. Vale comentar que él jugaba para Fluminense, quien erigió una estatua en su honor tras su muerte.

La Celeste cumple

En el Estadio Pocitos, Rumania y Perú se presentaron en los que fue el encuentro con menos público en la historia del torneo. La FIFA habla de 2.459 personas, mientras otras fuentes señalan que fueron solo 300. Juan Valdivieso, como otros cinco compatriotas suyos, debutó en este encuentro, en el que fue víctima de la anotación tempranera del atacante Adalbert Deşu. El rumano lo logró en el primer minuto de juego tras driblar 30 metros. El árbitro, sin control, le dio la primera expulsión en la historia de los mundiales al peruano Plácido Galindo en el segundo tiempo. Si bien Luis Emilio de Souza, ingeniero y fundador de Universitario, marcó de volea el empate al 75’, los sudamericanos caerían doblegados ante las dianas de Constantin Stanciu y Nicolae Kovács.

En el centenario de la primera constitución de su nación, el equipo uruguayo hizo su debut en lo que fue la inauguración del Estadio Centenario. Fue el 18 de julio de 1930 en el recinto ubicado sobre la Avenida 18 de Julio, con las gradas todavía sin terminar. En lo que, según los periodistas locales, se trató de una “presentación pobre”, el meta peruano de solo 20 años Jorge Pardón sobresalió con dos atajadas consecutivas. Él, al igual que otros seis jugadores, hacía su debut internacional en otro partido que jugaba Galindo, el mismo que había sido expulsado el pasado encuentro aunque, esta vez, sin la capitanía que quedó a cargo de Mario De las Casas. El alivio llegó a Montevideo con la conversión de Héctor Castro, el minuto 60. Por 1-0, Uruguay llegaba al choque decisivo con Rumania.

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Alberto Suppici posibilitó el debut del defensa de piernas largas Ernesto Mascheroni y un gran partido de la Celeste al retrasar al enfermo de asma Juan Anselmo y a Héctor Scarone, que ayudó con inteligencia y habilidades de pasador. El rápido movimiento de las líneas ofensivas obró el “uno-dos” que sorprendió a los espectadores europeos y al equipo de Rumania. Pablo Dorado abrió la cuenta al 7’ desempeñándose en el ala contraria a la que acostumbraba. Scarone, Anselmo y Pedro Cea transformaron los goles del 4 a 0 con el que Uruguay, que no dejó oportunidad a las esperanzas ofensivas de los rumanos mediante un tejido de pases y las fortalezas del defensor José Leandro Andrade, restableció su favoritismo y avanzó a las semifinales.

Estados Unidos da el golpe

El último grupo se inauguró con lo que fue una gran sorpresa: Estados Unidos, que no jugaba un partido desde dos años atrás, expuso un estilo de juego moderno al romper la defensa belga mediante pases largos, lo que le permitió ganar 3-0. Bartholomew McGhee, Thomas Florie y Bertrand Patenaude marcaron para un equipo formado por hombres de portentoso físico, siete debutantes y varios de ascendencia escocesa.

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Todavía en el entonces llamado Estadio Parque Central, los norteamericanos dieron otro golpe de peso: con la concreción del primer hat-trick en la historia de la Copa del Mundo por parte de Patenaude, vencieron al equipo paraguayo que había despertado admiración en la prensa. Superados por los estadounidenses y heridos diezmados por la lesión del arquero Modesto Denis, Aurelio González cabeceó. La pelota pegó el travesaño y Paraguay quedó afuera del certamen.

Los subcampeones sudamericanos y los belgas cerraron su estreno mundialista enfrentándose entre sí. Los belgas no contaban con su gran valor Raymond Braine y cayeron 1-0 ante los paraguayos. Luis Vargas Peña convirtió el único gol en el Estadio Centenario, pero a los guaraníes no les bastó: se quedaron eliminados. Estados Unidos, la verdadera revelación del torneo, clasificó a las semifinales.

Rumbo a la gloria

Así se armó la primera fase de eliminación directa en la historia de la Copa del Mundo. En 1930, tres selecciones del continente americano y una de Europa se confrontaron. Argentina, firme. La Albiceleste estaba apenas distanciada de su casa, y, cumpliendo con las expectativas del periodismo local, cargaba la bandera argentina con pleno de victorias y muchos goles. Se enfrentaría a la sorpresiva presencia de los Estados Unidos de América, cuyo equipo no había recibido ni un solo gol en el desarrollo. Entre estos dos equipos, un antecedente reciente: en los octavos de final de los Juegos Olímpicos de 1928, los sudamericanos salieron victoriosos con un 11 a 2 en el marcador.

Además de en eso, los anfitriones estaban concentrados en su equipo, otro de los semifinalistas. El claro candidato al título, la Celeste con las dos medallas doradas de los torneos olímpicos previos, la que hizo 5 goles y no recibió ninguno en sus dos partidos de la fase de grupos, acudió al Estadio Centenario sabiendo del apoyo con el que contaba: estaban en su hogar, con su apasionada gente, con su apasionado plantel. Del otro lado, los únicos europeos que quedaban: los yugoslavos. Ellos habían vencido en el duelo directo a un equipo brasilero que llamaba la atención y goleado a los bolivianos. Los balcánicos, si querían ver al pasado, solo encontrarían desaliento: el 7-0 con el que los sudamericanos los habían eliminado en los Juegos Olímpicos de 1924.

Los cuatro sobrevivientes se encuentran

Antes del partido en el Estadio Centenario, el director técnico estadounidense Jack Coll, en sintonía con la prensa norteamericana que atribuyó favoritismo a su equipo de cara al título, había pronunciado “No estoy preocupado por Argentina, ya estoy trabajando en cómo jugaremos la final”. Nada más lejos de la realidad que sus palabras: los argentinos aplastaron sin atenuantes a los de Norteamérica.

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El mediocampista Raphael Tracy desperdició dos claras chances de gol que tuvo al inicio y a la brevedad la Albiceleste tomó la delantera. Fue Monti el autor del primer gol al minuto 20. Aguantando firmemente la victoria parcial, los argentinos terminaron la primera mitad para avasallar a sus pares del norte en el resto del encuentro, que se tornó un paseo. Ejecutores del estilo de juego inglés, los estadounidenses, que ya estaban sin Tracy -se había torcido la rodilla en el primer tiempo-, sufrieron la lesión del arquero James Douglas; se vinieron abajo. También con superioridad numérica, la selección argentina se dotó de una ventaja de seis goles gracias a la aparición goleadora de Alejandro Scopelli, 2 goles de Carlos Peucelle y otros 2 de Stábile; James Brown logró descontar a falta de un minuto. Asestando tres goles en siete minutos cual golpe demoledor al escudo norteamericano estrellado, los sudamericanos, los argentinos, marcharon triunfalmente a la final de la Copa del Mundo con un deslumbrante 6 a 1 que puso fin a lo que, a fecha de publicación de esta nota, fue la mejor presentación de una selección de Norte y Centroamérica en el torneo.

Al día siguiente -27 de julio-, el mismo Estadio Centenario se vistió de fiesta: jugaba el seleccionado uruguayo. Pero la fiesta se aguó tan pronto como Vujadinović remató el centro de Tirnanić, tan pronto como Yugoslavia se puso por delante: el minuto 4. Pero había mucho tiempo y Cea convirtió su remate en el área chica en un nuevo grito de gol charrúa, en el empate 1-1. Era el minuto 18 y solo dos más tarde Anselmo cabeceó para revertir el resultado. Las cosas volvían a estar sobre rieles para los anfitriones, quienes vencían 2 a 1 el encuentro semifinal. Los balcánicos, minutos después, enfurecían con el referí brasileño Rego, el mismo de controvertido arbitraje en el duelo entre argentinos y franceses en la primera fase. Los de Europa lograban empatar el juego a 2, pero el tanto fue anulado. Y más calentura tomarían los yugoslavos ante el nuevo gol de los anfitriones: reclamaban que la pelota había salido de la cancha antes de que la jugada ofensiva terminase en el segundo tanto de Anselmo, en el 3-1. Tiempo después, el referí diría que ni él ni el línea podían ver claramente si se había ido la pelota por los fotógrafos y policías que estaban en los bordes. Es más, la leyenda cuenta que este gol se convirtió gracias a que un policía uniformado pateó la pelota apenas se había marchado de la cancha. Como sea, Uruguay se fue al descanso ganando 3 a 1 y en la segunda mitad llegó a los seis goles, al mismo resultado de la otra semifinal, con dos goles más de Cea y uno de Victoriano Santos Iriarte, producto de un fuerte tiro bajo.

Tras un encuentro digno del recuerdo, los bicampeones olímpicos accedieron al gran duelo que decidiría la primera edición de la Copa del Mundo de la FIFA. Era en su casa. Era el momento.

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El Clásico del Río de la Plata que definió el título

Así llegó la final de la primera Copa Mundial de la FIFA. Se enfrentaban dos rivales tradicionales por el primer título; era nada más ni nada menos que el Clásico del Río de la Plata.

El elenco argentino, con ganas de obtener una verdadera revancha, llegaba con cuatro triunfos en hilera a Montevideo. Es que la Albiceleste tenía un recuerdo muy amargo ante los uruguayos: la derrota en la final de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 tras un desempate (2-1). Ahora, en el primer torneo mundial organizado por la FIFA, con el Campeonato Sudamericano ganado el año previo en sus manos, tenían la oportunidad de festejar en la imponente casa de su archirrival.

Entre sus esperanzas, el arquero Juan Botasso. Servía a Argentino de Quilmes, era apodado “la Cortina Metálica” y reemplazaba, desde las semifinales, a Bossio, de cuyas ausencias no se encuentra certera razón. Fernando Paternoster jugaba en Racing y fue de la partida como defensor central. El nacido en las Islas Canarias, apodado 13“Arico” y hombre de Boca Juniors Pedro Suárez se posicionaba en el lateral izquierdo defensivo. Habilidoso en los pases, goleador y férreo al defender, Luis Monti, apodado “Doble Ancho” por todo lo que cubría en la cancha y futbolista de San Lorenzo de Almagro, se ubicó en el mediocampo. Manuel Ferreira, apodado “Nolo” y “Piloto Olímpico” por su ejercicio de conducción del equipo en los Juegos Olímpicos previos, jugaba en Estudiantes de La Plata. Allí integró la memorable delantera llamada “Los Profesores”. Con esos pergaminos, era el capitán del equipo nacional argentino en la final del mundo como segunda punta en el ataque compuesto por cinco hombres. Francisco Varallo, que había faltado al encuentro semifinal resentido por una patada recibida contra Chile en la fase de grupos, estaba a su misma altura por la derecha. “Cañoncito” era el más joven del torneo y, perteneciendo a Gimnasia y Esgrima La Plata, estaba a préstamo sin cargo en Vélez Sarsfield. De punta derecha jugó Carlos Peucelle, que atravesaba la que sería su última temporada en Sportivo Buenos Aires antes de llegar a River Plate. Guillermo Stábile, ese hombre que se hizo con el puesto en el correr del torneo, se ubicó de centrodelantero a razón de goles.

Esto supo aportar a Huracán, equipo para el que jugaba por entonces. Con estos jugadores en cancha, Francisco Olazar, que como jugador había sido defensor y capitán del Racing Club ganador de los siete campeonatos consecutivos entre 1913 y 1919, y Juan José Tramutola tratarían de alzarse con el primer título de Copa Mundial de la FIFA desde la dirección técnica argentina.

Delante de los argentinos, los locales, los favoritos, sus rivales: los uruguayos. El equipo apodado “la Celestre Olímpica” era dirigido por Alberto “El Profesor” Suppici. Por él, el nombre del campus del club Plaza Colonia, institución que fundó en 1917. La Celeste venía con pergaminos dorados: se había hecho con la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de París 1924 y de Ámsterdam 1928, lo que los pone a día de hoy como los primeros ganadores de títulos mundiales del fútbol reconocidos por la FIFA. Entre los hombres formados en el esquema piramidal del 2-3-5, José Nasazzi, el capitán en los torneos olímpicos, considerado uno de los mejores defensores uruguayos de la historia y el jugador más laureado del seleccionado. Aguerrido, fuerte, veloz, hábil en la recuperación de la pelota y en la ubicación llegaba con tres coronaciones en los Campeonatos Sudamericanos (1923, 1924 y 1926) a este decisivo encuentro y con el apodo -y, tal vez, estatus- de caudillo. Estaba a servicio de Bella Vista, club cuyo estadio lleva su nombre -como una calle de su barrio. Otro hombre clave era el que puede ser considerado el primer lateral y el primer gran jugador negro, hablo de José Leandro Andrade. Entre los honores de este futbolista dotado de vigor físico, elegancia y precisión, el apodo “La Marveille Noire” que le dieron los franceses que lo vieron en los Juegos Olímpicos de París 1924. Además de consagrarse en esa competición y en Ámsterdam 1928, lo había hecho en los tres mismos Campeonatos Sudamericanos que Nasazzi.

Pasando a hablar de la delantera, empezamos por otro hombre de Nacional de Montevideo, por Héctor Castro. “El Divino Manco” estaba en reemplazo del en ese momento enfermo Anselmo y era llamado así porque, a los trece años, 12se había cortado el antebrazo derecho con una sierra eléctrica. Fue el autor del primer gol de su selección en este Mundial -y, por lo tanto, en la historia de los mundiales- y había sido campeón olímpico en Ámsterdam 1928 y campeón sudamericano en Chile 1926. Otro ganador de ese torneo, jugador de Nacional y de nombre Héctor era “el Mago” Scarone, que también se consagró en los Campeonatos Sudamericanos de 1917, 1923 y 1924 y en los Juegos Olímpicos de París ´24. El entreala derecho tiene el honor de ser el segundo máximo anotador histórico del Club -293 goles- y su nombre en una de las tribunas del Gran Parque Central. Además, 163 de las conversiones posicionan al también llamado “el Gardel del fútbol” como el tercer máximo goleador en la historia de la liga uruguaya. Pero quien supo ser goleador del Campeonato Sudamericano 1927 -de la que fue vicecampeón- también tiene un hueco en la tabla de goleo histórico de la selección uruguaya, la cuarta posición. Por último, hay que mencionar a Pedro Cea, también ganador en las dos olimpiadas, donde se ganó el sobrenombre “el empatador olímpico” por haber igualado el marcador en las finales. El único que jugó todos los partidos de los Juegos Olímpicos de París 1924 y de Ámsterdam 1928 y de la Copa Mundial de 1930 era atacante de Nacional y constituía una esperanza especial de cara al sueño ganar el torneo mundial en casa.

Era una final de puro fútbol rioplatense, el dotado de regates efectivos e inteligentes, pases cortos y limpios en carreras, taquitos y piruetas; las gambetas, las cortadas, las chilenas, las bicicletas, las pisadas. Y en Sudamérica estaba verdaderamente un fútbol, al menos, más práctico y difundido en las selecciones: estaban familiarizados con los torneos en líneas similares a una Copa del Mundo para la época. Se jugaban varios partidos en más o menos un mes de distancia; la Argentina y el Uruguay habían participado en los Juegos Olímpicos anteriores; habían jugado ya doce ediciones del Campeonato Sudamericano.

En el historial del clásico del Río de la Plata, Argentina llevaba la delantera por 4 partidos de ventaja. Ya el diario argentino El Gráfico había proclamado “Los campeones del mundo vuelven a Montevideo” para referirse a la llegada a la sede mundialista por parte de Argentina, ganadora del Campeonato Sudamericano tras doblegar a fines del año anterior a sus rivales celestes, hecho que no cayó bien en Uruguay. Y, por si fuera poco, luego del escándalo en el partido contra Francia, la federación argentina amenazó con abandonar el torneo argumentando que el hecho podía afectar gravemente los sentimientos fraternales de Argentina con Uruguay.

La niebla impidió la llegada de los 30 mil argentinos que cruzaron el Río para llegar a Montevideo: arribaron 15 mil. Tal era la tensión de la final que 300 militares acudieron al encuentro futbolístico mientras el árbitro belga John Langenus exigía precauciones policiales excepcionales. El también periodista de la revista alemana Kicker pidió un seguro de vida a la FIFA y tuvo que resolver una curiosa cuestión.

El mismo colegiado tuvo que definir con qué pelota se jugaría el encuentro, dado que los locales ofrecían su propio esférico -uno más grande- mientras los argentinos pedían que se jugara con el suyo. Lo hizo tirando una moneda al aire. Hay fuentes que señalan que el partido todo se jugó con la pelota argentina, mientras otras indican que esta se usó en la primera parte y que la uruguaya rodó en la segunda mitad.

Sobre la cancha de polvorientas piedras duras, los uruguayos bañados en nerviosismo cedieron la iniciativa. Sin embargo, ellos abrirían el marcador con solo 14 minutos jugados. Scarone pateó al arco, pero Paternoster bloqueó el remate; Castro pasó la pelota a su derecha, por donde venía a toda velocidad Pablo Dorado, que con un tiro bajo superó al meta Botasso y al defensor Juan Evaristo que estaba sobre la línea; se inmortalizó en los libros: convirtió el primer gol de la primera final de la historia de la Copa del Mundo. Aunque con una jugada imprecisa, Uruguay daba el primer golpe en la final y contra su clásico rival, se ponía por delante en el trascendental choque rioplatense y hacía de su estadio una fiesta. Pero habría más.

Evaristo encontró recomposición siendo partícipe de una jugada clave: recibió de Monti y encontró a Ferreira, quien envió un centro que cabeceó defectuosamente Stábile. La pelota quedó en poder de Peucelle, que venció a Álvaro Gestido y dejó al arquero uruguayo atónito frente a su fortísimo remate al primer palo. Con una resolución tan rápida y precisa como inteligente, el apodado “Barullo” llevó el grito argentino al cielo; la pelota, a la red uruguaya. El clásico del Río de la Plata, la final del mundo, estaba igualado 1 a 1 con 20 minutos jugados. Y mejor aún para los argentinos: ahora dueños de una fuerza anímica grandísima, exponen su habilidad y lucen seguros de su capacidad en el partido; su contraparte se desajusta. Mientras tanto, Varallo caía en cuenta de que no podía jugar al resentirse de la lesión, pero tuvo que permanecer en cancha. Sin embargo, Stábile estaba ahí para aprovechar, al minuto 37, el notable envío de Ferreira que pasó por encima de Nasazzi y dar vuelta el marcador; decir que Argentina vencía 2-1 a Uruguay camino al título mundial. De esta manera, terminaba la primera parte del encuentro.

En el entretiempo, el defensor argentino José Della Torre dijo: “Esta gente nos va a matar si ganamos”. Y Fernando Paternóster afirmó: “Mejor que perdamos, si no aquí morimos todos”. Monti recordaría años después que recibió amenazas antes de la final de 1930 y que su desempeño estuvo condicionado por el miedo. Según su testimonio, en Uruguay lo querían matar si ganaba, y en Italia lo querían matar si perdía. Carlos Peucelle incluso contó que Monti lloraba en el entretiempo cuando Argentina ganaba 2-1.

Él mismo, según los propios periodistas argentinos de la época, “seguía parado en la cancha sin alma para la lucha, sin ser el gran animador que normalmente hubiese sido”. Y los mismos señalan que los uruguayos golpearon a los argentinos, destacando que Castro dejó en inferioridad de condiciones a Botasso y que Evaristo rengueaba.

Pero toda esta discusión pudo haber quedado en la nada: Stábile la tuvo, pero desaprovechó la oportunidad de poner el 3 a 1 para Argentina en el marcador. Al mismo tiempo, Gestido y Fernández se dirigían a la ofensiva dejando de lado sus labores en la zona trasera. Nasazzi galopó en ataque y fue derribado. Castro ejecutó el tiro libre que encontró a Scarone de espaldas al arco. Él, con un inteligente pase por alto, dejó a Cea frente al arco, que con un tiro raso igualó el marcador. Sí: los anfitriones han golpeado; los argentinos están rengueando. La final del mundo está empatada 2 a 2 y quedan aún 34 minutos.

Fuera de combate, Varallo perdió la pelota con el defensa Mascheroni, que se la llevó hasta pasársela a Victoriano Santos Iriarte. A 22 minutos del fin del encuentro y a 30 metros del arco, sacó un tiro violento, sorprendente y sublime, el atacante de Racing de Montevideo dejó a Botasso comiendo polvo tras su ya tardía estirada y a sus compatriotas llenándose la boca de gol, de su gol, el que cedió la ventaja de regreso a la Celeste e hizo del Estadio Centenario una caldera.

En ese contexto, la defensa uruguaya se tornó conservadora y retrocedió, a la par que los argentinos desesperadamente acrecentaron sus ataques por las magnas fuerzas de voluntad de Peucelle, Evaristo y Stábile.

Retomando cierta paciencia para mover la pelota, los argentinos buscaban un hueco, ese que apareció con el pique de Varallo. Pero, una vez que superó al arquero Ballesteros que quedó totalmente abatido, el delantero argentino disparó violentamente y la pelota dio en el travesaño.

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También Suárez subía en afán de lograr el empate albiceleste, pero lógicamente descuidaba la defensa. En esa circunstancia y en el último minuto, Pablo Dorado recibió libre la pelota y cómodamente envió un centro. Della Torre no acertó en el intento de cabecear, cosa que sí logró el “Manco” Castro, el autor del cuarto gol, de la confirmación de la consagración uruguaya. Langenus pitó el final; Scarone se dejó caer sobre Castro y no quedaron dudas: Uruguay era mejor que Argentina; Uruguay era el mejor del mundo.

Uruguay era campeón del mundo bajo el sol de mayo; no era el argentino, era el uruguayo. Ese mismo se izó en bandera y flameó por todo lo alto, sobre 150 metros, en la Torre de los Homenajes del Estadio Centenario en lo que fue tal vez el momento más emotivo, tras una apasionante lucha sobre la cancha, de todo el Mundial de 1930. De esta manera, eran premiadas la garra charrúa y la mística celeste, características de este torneo, características de la primera selección campeona del mundo.

Mientras en Argentina se producían ataques a la embajada uruguaya, la delegación argentina fue llevada directo al puerto por un colectivo que sería apedreado y luego subió a un barco que los llevó a Buenos Aires. Del festejo gozaría todo el país oriental que contaba con menos de dos millones de habitantes: se declaró feriado nacional el día siguiente y la pelota del fútbol mundial quedó bajo pies uruguayos, si es que ya no lo estaba.

Héroes de Uruguay 1930

Acerca de los reconocimientos, hay que hablar del argentino Guillermo Stábile. “El Filtrador” no había jugado antes ni volvería a jugar después de este torneo con la selección de Argentina. El veloz y escurridizo delantero surgido en Huracán encontró espacio entre los once argentinos cuando Ferreira dejó el plantel para rendir un examen universitario en Buenos Aires. Con un espectacular hat-trick ante México, Stábile se hizo con la titularidad y goles en cada partido posterior. Autor de 8 festejos en 4 juegos, se hizo no solo con el gran promedio de 2 goles por partido, sino con un lugar en la historia del fútbol como el máximo goleador de la primera edición de la Copa del Mundo.

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A modo de repaso particular por algunos jugadores del Mundial, se expone a continuación el equipo ideal del torneo compartido por la página web www.losmundialesdefutbol.com. En él, encontramos bajo los tres palos al meta del campeón, a Enrique Ballesteros. Habiendo recibido solo 3 goles en todo el campeonato, el seguro del arco de Rampla Juniors y de la Celeste resultó determinante en el primer gran triunfo del Uruguay, con 25 años. No menos importante para ese cometido fue José Nasazzi, líder de la defensa del anfitrión a sus 29 años de edad; él, junto al yugoslavo lateral derecho de FC Sokoy -hoy, bajo el nombre FK BASK- y estudiante de medicina Milutin Ivković (24) integra la defensa de este equipo ficticio. En el mediocampo de este onceno, el subcampeón Luis Monti y los ganadores José Leandro Andrade y Álvaro Gestido, “el Teniente” de Peñarol que por entonces tenía 23 años. En la ofensiva vuelve a destacar la presencia uruguaya por nombres como los de Héctor Castro, Pedro Cea y Héctor Scarone; la presencia del ya nombrado goleador de esta Copa Mundial Guillermo Stábile, que recalaría en Genoa a la brevedad, y Bert Patenaude, delantero de Estados Unidos y del exitoso Fall River FC, por entonces campeón local -desaparecería un año más tarde.

Anécdotas y secretos del primer mundial

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5 penales fueron señalados por el árbitro boliviano Ulises Saucedo en el duelo entre argentinos y mexicanos en la segunda fecha de la fase de grupos. Esta cantidad de penas máximas sancionadas en un mismo partido constituye un récord en la historia de los mundiales.

Con su triunfo a base de solo victorias, la Celeste se convirtió en la primera campeona del mundo con un 100% de efectividad en la obtención de puntos. Esto sería emulado solo por tres equipos más en la historia del torneo, hasta el momento publicación de esta nota; hablo de los casos de Italia en 1938, Brasil hacia 1970 y los propios brasileros en el 2002.

Como lo demuestra un afiche oficial de la época, el Mundial estaba programado para iniciarse el martes 15 de julio y terminar el viernes 15 de agosto. Sin embargo, se tuvo que adelantar su arranque al domingo 13 de julio y su finalización al miércoles 30 de julio. Sí, todo el torneo se desarrolló en solo 17 días.

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Esta fue la ocasión en la que más países del continente americano estuvieron involucrados: 7. Por su parte, todas las selecciones europeas menos la de Yugoslavia llegaron a Uruguay en el mismo transatlántico. Los equipos, en los largos viajes de tres semanas, se entrenaban en la cubierta del buque. Y el mismísimo Carlos II, rey de Rumania, orientaba los del equipo de su nación. Es que, a pesar de saber poco de fútbol, quien fue parte de la casa real de Hohenzollern vio una oportunidad diplomática en el Campeonato del Mundo con solo 36 días de experiencia en el trono. En tan poco tiempo negoció con los directivos de una empresa petrolera unos permisos especiales de tres meses para que sus trabajadores pudieran ausentarse sin perder su puesto mientras jugaban para la selección el primer mundial.

Esta edición fue la que tuvo menos estadios como sedes; estos fueron 3: el Centenario, el Gran Parque Central y el Pocitos. Todos estos recintos estaban localizados en Montevideo, y de esta manera Uruguay 1930 se convirtió en el único Campeonato Mundial de la FIFA desarrollado en una sola ciudad.

Cuando restaban cuatro días para el debut del anfitrión, el arquero titular y pieza clave de las victorias en los Juegos Olímpicos previos Andrés Mazali fue expulsado de la convocatoria. ¿El motivo? No respetó los horarios establecidos por el técnico de la Celeste; y, según se ha dicho, se debió a que fue a ver a una mujer por la noche.

Los bolivianos, con fin de hacerse con el cariño local, salían a la cancha con específicas camisetas; cada una portaba una letra que formaba junto a las demás la exclamación “¡Viva Uruguay!”.

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El francés Lucien Laurent se inmortalizó con su anotación a México, el primer gol en la historia de los mundiales. Sin embargo, una lesión lo privó de disputar más encuentros en el torneo. Años más tarde, estaría en el frente de batalla de la segunda guerra mundial y, luego, tres años en el campo de concentración de Sajonia. Siendo testigo de la primera coronación de Francia por la Copa del Mundo (1998), recordaría su experiencia: “No había premios; todos éramos amateurs. No sentíamos que estuviésemos haciendo historia”.

Mediocampista y capitán de aquel equipo galo fue Alexandre Villaplane, nacido en Argel. Él terminaría su vida arrestado y ejecutado en París por resultar colaborador nazi, vinculado a la Gestapo, en la segunda guerra mundial.

Como anticipé, el capitán argentino Manuel Ferreira no pudo ser parte de su equipo en el segundo partido que los puso frente al elenco mexicano. Es que Nolo tuvo que volver a la Argentina para rendir un examen de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Una vez retirado de la práctica del fútbol, pudo dedicarse a la escribanía y a comentar partidos de fútbol.

Cuatro años más tarde, en la selección argentina debutarían diez hombres con la Copa del Mundo en juego. La misma cantidad de debutantes se presentaron contra Yugoslavia en Uruguay 1930 representando a Brasil. Estas dos ocasiones son, hasta la fecha de publicación de esta nota, en las que más estrenos de jugadores con la selección nacional absoluta se ha dado en la historia del certamen.

El director técnico de la Albiceleste Juan José Tramutola, con 27 años de edad, conserva desde 1930 hasta la actualidad un lugar en las estadísticas como el más joven en su puesto en toda la historia del torneo. En este sentido, destaca el técnico campeón: Alberto Suppici, habiendo conquistado el mundo dando indicaciones a sus jugadores con 31 años y 7 meses, se mantiene a la fecha de publicación de este escrito como el técnico campeón más joven en la historia de la Copa Mundial de la FIFA.

Acerca del tercer puesto del torneo, hay unas teorías. Algunas indican que Yugoslavia desistió de jugar por sentirse perjudicado en la semifinal y que por ello los estadounidenses fueron terceros. Otras señalan que los Estados Unidos se hicieron con el lugar en el podio dado que habían sumado más puntos en la tabla general y no se planeaba que se disputase un partido para definirlo. Por A o por B, este logro es, concluida la edición de 2022, lo más lejos que ha llegado un equipo de la región de Norte y Centroamérica en la Copa del Mundo.

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Ya hablando de la final, el emblemático cantor de tango Carlos Gardel habría visitado los planteles de Argentina y Uruguay justo antes del match para ofrecerles su música tan apreciada en el Río de la Plata. Al respecto, Varallo comentó que se acercaba a jugar a la lotería con el plantel argentino y que esa tarde, luego de haber cantado, fue a la concentración de los charrúas.

Acerca de las amenazas en la final, hay quienes señalan a la mafia italiana como la autora de las especialmente fuertes dedicadas a Luis Monti, con fin de que un pobre partido bajase su popularidad en casa y resultase viable para el futbolista emigrar a Italia para jugar en Juventus y, al mediano plazo, en la selección de Italia. Varallo señaló que algunos compañeros no dieron su máximo esfuerzo y que el caso de Monti era sabido de antemano. Además, Peucelle afirmó que en el entretiempo el mediocampista estaba quebrado anímicamente. Después de la final de 1930, Monti tuvo un breve paso por Sportivo Palermo antes de emigrar a Italia. Llegó fuera de forma y pasó varios meses entrenando en los Alpes antes de debutar con Juventus en septiembre de 1931. Más tarde, se sumó a la selección italiana y disputó el Mundial de 1934. A pesar de las dudas iniciales sobre su estado físico, Monti logró recuperarse y se convirtió en una pieza clave de la selección italiana en el Mundial que ganarían en casa.

El último jugador del primer mundial en fallecer fue Francisco «Pancho» Varallo, a la edad de 100 años el 30 de agosto de 2010 en La Plata. Él recordaba que los hinchas uruguayos «nos hicieron la guerra desde que llegamos porque sabían que el título iba a estar entre ellos y nosotros. Por la noche no nos dejaban dormir y nos insultaban en los entrenamientos». Y comentó que al resentirse de la rodilla “quedamos con diez hombres, y al rato se lastimó otro y otro… Quedamos con ocho. Pero nos ganaron bien.” Ampliando sobre este último punto, dijo “a los argentinos nos faltó ser guapos, porque en el segundo tiempo nos ganaron de guapos”. Es más, hasta declaró que Suárez, Monti y Paternoster se achicaron y que pudieron haber recibido más goles de los que sufrieron por Uruguay en el segundo tiempo.

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Precisamente por su participación en condiciones físicas deplorables se descarga Alejandro Scopelli, integrante del plantel argentino que era suplente de Varallo, en su libro “Hola, mister: el fútbol por dentro”. Sin nombrarlo pero haciendo alusión a él, nos deja una jugosa reseña de los que se trató, confirmado lo dicho en la siguiente cita por el propio Varallo: “Cuatro días permaneció en cama y el día del partido lo hicieron levantar para que probara, contra una pared, si el pie le dolía. El jugador no se sentía bien, pero ninguna influencia tuvo esa sinceridad, pues se le indicó que debía actuar. El hombre acusó el dolor y su actuación fue completamente nula. Pocos días después, por indiscreta conversación, se supo que el referido jugador había sido obligado a jugar por el delegado de su club por la sencilla razón de que al club que pertenecía el jugador había fletado un barco para que sus socios pudieran verlo actuar y entonces… tenía que jugar”.

Ocho de los jugadores de la formación argentina en la final no volverían a ser convocados, mientras los diarios argentinos pedían que no se volviese a jugar más contra los uruguayos y las relaciones entre los estados argentino y uruguayo tambaleaban. Finalmente, la federación argentina rompió relaciones con la uruguaya. Esta ruptura provocó una mayor tensión diplomática, la acentuación de la rivalidad entre estas dos selecciones y una mayor dificultad para organizar encuentros entre ellas. Con la disputa del Campeonato Sudamericano de 1935 que se había suspendido por estas tensiones, la Celeste y la Albiceleste se volvieron a ver las caras y así se reanudaron relaciones entre las dos asociaciones rectoras del fútbol de Argentina y de Uruguay.

Con la final jugada en el Estadio Centenario, el equipo uruguayo se hizo con el dato que comparte con el equipo campeón del mundo en 1966: jugar todos sus partidos en un mismo estadio. En el primer campeón estaba Lorenzo Fernández, un defensor central que podía jugar como organizador de juego. Apodado “el Gallego” por haber nacido en Galicia, España, fue el primero en salir campeón mundial con una selección ajena a la de su país de nacimiento. Parte del onceno ganador fue Victoriano Santos Iriarte, quien usaba calzado de lona por comodidad para jugar al fútbol.

Un compañero suyo en la selección era Álvaro Gestido. Su hermano, Óscar Diego Gestido, se convirtió en presidente de Uruguay en 1967, diez años después del fallecimiento de Álvaro.

Palmarés

De esta manera, se desarrolló la primera edición de la Copa Mundial de la FIFA. Los campeones olímpicos de 1924 y 1928 se consagraron con el trofeo en casa y se afirmaron como los mejores del planeta, como los primeros campeones del mundo.

Uruguay 1930: el torneo que cambió la historia del deporte

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Después de todo, no se puede negar el éxito que supuso para la FIFA la disputa de este torneo: los mejores equipos dieron una final emocionante para un desborde de alegría que acompañó el éxito financiero que resultó este torneo. En un difícil contexto a nivel mundial, la Copa del Mundo se desarrolló, aunque no perfectamente, con suficiencia para dar nacimiento a un evento deportivo que se tornaría en uno inigualable. El sueño de la FIFA se haría realidad con el paso clave que supuso la puesta en juego de este torneo, uno que aportó al crecimiento del fútbol como el deporte más popular. La afirmación mediante él de un organismo como la FIFA -hoy, dueña de un poder grandísimo- se habían colocado junto a los cimientos del Estadio Centenario de Montevideo, hogar de los primeros campeones del mundo.

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