Amadeo

La investigación histórica del fútbol, como todas las de su género, se base en datos, fechas, hechos. El racconto de la carrera de un deportista se nutre de estadísticas, de números…

Por Raúl Ramírez, socio del CIHF.

Antes de llegar a todos esos elementos imprescindibles, hay sentimientos, emociones, recuerdos enlazados en las vidas de quienes fuimos testigos de esas trayectorias, admiradores de aquellas hazañas. Quiero, antes de aportar datos y números, incursionar en ese otro costado, el emotivo que en un caso como el de Amadeo, es a mi juicio el determinante. Para el niño que fui, Amadeo siempre había estado allí, dueño del arco de River. Enorme, imponente, con el aspecto de galán que uno veía en el cine y no en la cancha. Amadeo fue el ídolo de mi infancia, única etapa de la vida en la que es conveniente tenerlos. Me alegré con cada una de sus grandes actuaciones, de sus enormes atajadas, que en última instancia me parecían naturales, lo que cabía esperar de él. Primero a través de la radio y de El Gráfico, luego en la cancha, admiré su figura, su estilo, su enorme solvencia. Sabía que la había pasado mal en Suecia, que por algún motivo la hinchada de Racing lo aborrecía y la de Boca se empeñaba en amargarle la vida. Pero Amadeo estaba más allá de eso. Amadeo era sus campeonatos con River, su ´éxito en la Copa de las Naciones, sus penales atajados, finalmente su récord de imbatibilidad. Cuando River lo dejó libre, no lo podía creer. Por única vez en mi vida me pregunté si valía la pena ser de River…

Más de medio siglo después de aquella despedida deportiva, muchas cosas han cambiado, pero la admiración por el ídolo de mi infancia me acompaña a la hora de evocar su vida con la misma intensidad, con la misma emoción del pibe aquel que lo veía más grande que el arco de River, el sitio donde estará siempre…

Amadeo Raúl Carrizo nació en Rufino, al sur de la provincia de Santa Fe, el 12 de junio de 1926. Hijo de Manuel, ferroviario y de Magdalena Larretape, fue el mayor de dos hermanos que crecieron en un hogar modesto pero sin privaciones. Su padre era maquinista de locomotoras en el F.C. Buenos Aires al Pacífico (luego F.C. San Martín), en ese momento actividad bien remunerada y respetada en la vida pueblerina.

Su físico privilegiado para los deportes y su entusiasmo lo hicieron destacar en el ciclismo (ganó algunas competencias zonales) y en el fútbol, donde en los potreros primero y en el club local B.A.P. después, alternó en posición de centrodelantero y de arquero. A la hora de las decisiones, tomó dos que definirían su historia: Se quedó con el fútbol y, dentro de este, con el arco. Con solo 15 años ya jugaba en la primera del club ferroviario en la Liga de Rufino. Y sus excelentes desempeños lo convirtieron en el valor del pueblo del que todos decían que llegaría. El catalizador de su destino sería su padre quién lo alentó a probarse en River Plate. El hombre era hincha del millonario a diferencia de su hijo que se inclinaba por Independiente. Fue él quien consiguió de Héctor Berra, ex atleta olímpico de River Plate, y residente en Rufino, la carta de recomendación que permitió en 1943 la prueba de suficiencia, a cargo del cuerpo técnico que encabezaba Carlos Peucelle, y que Amadeo superó con holgura.

Así se inició el ciclo que parecería interminable en el arco de River. Primero en la Cuarta División, y luego en Tercera, convirtiéndose a partir de su aparición en Reserva en la promesa de la que todos hablaban. En ese entonces el guardavalla titular de River era el peruano José Soriano, de quién Amadeo guardaría siempre un grato recuerdo, por su predisposición a alentarlo y a compartir conocimientos.

La ocasión del debut llegó el 6 de Mayo de 1945, 3ra. Fechas del Campeonato. En las dos iniciales Soriano había estado ausente por una lesión y ahora era su suplente, Héctor Grisetti en que no estaba en condiciones de jugar, por lo que el joven Amadeo, próximo a cumplir sus 19 años, tuvo esa oportunidad, en Avellaneda y ante el club con el que había simpatizado de pibe. Ganó River 2-1, alineando a Carrizo, Vaghi, Eduardo Rodríguez, Yácono, Giúdice, Ramos, Muñoz, Gallo, Pedernera, Labruna y Loustau, convirtiendo Labruna de penal y Gallo. En el rojo comandaba el ataque, ya en la veteranía de su trayectoria el extraordinario goleador Arsenio Erico, el ídolo de la infancia de Amadeo, quién emocionado le pidió que le firmara el buzo. El primer gol de su carrera en Primera División se lo convirtió esa tarde el puntero derecho Camilo Cervino. La tarde fue feliz, con un muy buen desempeño del arquero que siempre evocaría las voces de aliento de sus zagueros Vaghi y el “Zurdo” Rodríguez ante cada una de sus intervenciones.

A la fecha siguiente, su primer partido como titular en el Monumental, y nueva victoria por 2-1 ante un grande, esta vez San Lorenzo de Almagro, cuyo gol fue obra de René Pontoni. Luego, con el retorno de Soriano, Carrizo volvió a alternar entre Tercera y Reserva el resto de la temporada. River Plate fue el Campeón, con 4 puntos de ventaja sobre Boca Juniors, que se había quedado con los dos torneos anteriores.

Tras jugar solo un partido en 1946 y ninguno en 1947, donde tras la partida de Soriano Grisetti tuvo asistencia perfecta (según Amadeo “jugaba hasta lesionado, pues sabía que si me dejaba el arco no se lo devolvía”), 1948 iba a ser el año en el que obtuviera la titularidad que sostendría durante dos décadas.

Por entonces ya era conocido por su particular estilo. En un tiempo en el que los arqueros destacaban como atajadores, y rara vez extendían sus dominios más allá del área chica, Carrizo se animaba a anticipar la jugada, arriesgar a salir a achicar al delantero y a demostrar un gran manejo de la pelota con los pies. Características que perfeccionaría con el tiempo y la experiencia, hasta lograr que pareciera que la pelota iba siempre a donde él se ubicaba y a animarse gambetear delanteros a los que anticipaba y luego desairaba.

Y tras su testimonial participación en la conquista del certamen de 1947 (integró el plantel, pero no jugó) fue el indiscutido dueño del arco en los siguientes 5 títulos, obtenidos en 1952, 53, 55, 56 y 57, al punto que en los tres últimos sólo faltó un partido.

1958 fue un punto de inflexión para Carrizo y para River. Con una Selección Nacional constituida en torno al tricampeón del fútbol argentino, pero largamente ausente en las justas internacionales, Argentina fracasó rudamente en el Campeonato Mundial disputado en Suecia. Especialmente golpeó la categórica caída por 1-6 ante Checoslovaquia. La prensa deportiva y con ella el público en general le apuntaron en especial a los riverplatenses, amplia mayoría en el plantel. Aunque su hinchada mantuvo el apoyo, la declinación deportiva y anímica del equipo lo sacó de la pelea por el campeonato e inició un largo camino de sinsabores que se extendería sin éxito hasta 1975.

Curiosamente fue en esta etapa en la que Amadeo Carrizo concretó algunas de sus mayores proezas y concitó un apoyo y simpatías en el público que se extendió de la hinchada riverplatense, que lo idolatró a las demás, que frecuentemente lo aplaudían y también le brindaban muestras de afecto. Sin triunfos en este deporte colectivo, el arquero de River fortaleció su imagen en la adversidad, y su mejores actuaciones se cuentan en un período coronado en 1964, un año solo discreto de su equipo, en el que nuevamente convocado a la Selección Nacional, ahora dirigida por el ex Director Técnico de River “Pepe” Minella, cumple una extraordinaria labor en la Copa de las Naciones, organizada con intención autocelebratoria por la CBD brasileña. Argentina ganó ese certamen triangular batiendo a sus tres rivales y conservando la valla invicta: 2-0 a Portugal, 3-0 al Brasil de Pelé (la noche en la que el frustrado rey del fútbol agredió a su implacable marcador Mesiano y en la que Amadeo le atajó un penal a Gerson) y 1-0 a Inglaterra. Pese al éxito Carrizo no quiso volver a la selección otra vez, cuando se lo convocó a las eliminatorias mundialistas al año siguiente.

El destrato tras Suecia pesaba. Ese mismo 1964 Amadeo se tomó revancha en un nocturno ante Boca Juniors (en juego la Copa Iberoamericana, cuadrangular amistoso con Botafogo y Barcelona), no solo por la victoria 3-1 sino porque le atajó un penal a Paulo Valentim, el goleador brasileño del xeneize, que no solo le había convertido goles decisivos, sino que también buscaba siempre desestabilizarlo con insultos y burlas. Tras esa noche Valentim no volvió a marcar más goles en partidos en Argentina.

Desde 1948 cuando le ganó la pulseada a Grisetti y hasta 1966 inclusive, Amadeo Carrizo fue el titular indiscutido del arco de River. Entre los numerosos arqueros que pasaron por el club en ese tiempo se cuentan Mario Mussi, Ángel Rocha, Augusto Fumero, Antonio Camaratta, Gabriel Ogando, Manuel Ovejero, Luis Masuelli, Carlos Medrano, Rogelio Domínguez, Horacio Ballesteros. En 1964 llegó Hugo Gatti, joven elemento de Atlanta, de estilo desenfadado y con algunos cosas de Amadeo en el manejo del anticipo y la salida del área y proclamando que él sería el dueño del arco.

Con Gatti se dio el hecho excepcional de que fuera convocado al Mundial de 1966 siendo suplente de Carrizo en River, igualando lo ocurrido con Rogelio Domínguez cuatro años antes. Ese año 1966 tuvo otro mal trago: la derrota en la final de la Copa Libertadores de América en un desempate ante Peñarol que River ganaba 2-0 y perdió 4-2. La leyenda atribuye la reacción oriental al enojo por una “canchereada” de Amadeo, parando con el pecho un envío de Joya. Él lo negó siempre, señalando que fue una alternativa del juego y no una burla.

A inicios de 1967 en un amistoso ante Santos en Los Ángeles cumplió una de las mejores tareas de su vida, según lo reflejara él mimo en posteriores reportajes. Pero ese no fue un buen año y, tras lesionarse en un partido ante Unión, no jugó más en esa floja temporada millonaria y al año siguiente el nuevo DT, su ex compañero Ángel Labruna no lo tuvo en cuenta hasta que flojos desempeños de Gatti lo obligaron a recurrir a Amadeo. Y aquí se produjo su extraordinaria resurrección deportiva a sus 42 años: desde su reaparición mantuvo su arco invicto sucesivamente ante Rosario Central (0-0), Tigre (3-0), Huracán (1-0), Chacarita Juniors (3-0), Argentinos Juniors (1-0), Boca Juniors (0-0), Gimnasia y Esgrima ((1-0), Independiente (1-0), y así hasta los 4 minutos del segundo tiempo ante Velez Sarsfield cuando lo venció en Liniers el delantero local Carlos Bianchi.

Iban 769 minutos sin goles, récord de imbatibilidad en Primera División profesional, a los que corresponde adicionar los 20 transcurridos en el partido de 1967 ante Unión entre el gol que le hizo Julio Fernández y su salida por lesión en ese cotejo. Esta hazaña sería la última con la banda roja. Pese a ella, Labruna no conforme por su rendimiento en las semifinales del Metropolitano, volvió a probar con Gatti en el Nacional y cuando los inconvincentes desempeños del “Loco” lo decidieron a reemplazarlo, probó con Alfredo Gironacci. Fue una lesión de este, en el decisivo partido desempate ante Velez Sarsfield en el viejo Gasómetro de Boedo, las que abrieron la puerta a los últimos 25 minutos de su enorme trayectoria en el arco millonario. El partido terminó igualado en un tanto, lo que fue insuficiente para consagrar a River.

Tuvo tiempo en ente partido, aún recordado por la sugestiva ceguera del árbitro Nimo ante una clamorosa mano del lateral Gallo en el área velezana, para dar muestras de su extraordinaria capacidad para el saque con el pie, poniéndole con precisión de relojería una pelota a Luis Cubilla que a punto estuvo en terminar en gol. Pero no fue, la serie sin títulos de River se extendió un año más, y la desconcertada dirigencia decidió apostar a la austeridad prescindiendo de sus figuras más costosas, pero más taquilleras. Entre ellos Amadeo, a quién Labruna le bajó el pulgar diciendo que estaba para 3 o 4 partidos al año. La noticia causa conmoción en River, aumentada por la oportunista decisión del presidente de Boca, Alberto J. Armando, de ofrecerle un partido de homenaje en la Bombonera. No ocurrió, pero el caos aumentó y el deterioro de la relación entre Carrizo y la conducción millonaria tardaría en recomponerse.

Decidido a demostrar el error de la decisión, Amadeo emigró para seguir jugando. Tras un breve paso por Perú, contratado por Alianza Lima para jugar amistosos en uno de los cuales enfrentó a una escuadra soviética que presentaba en la valla a otro mito, Lev Yashin, aceptó la oferta de Millonarios, la tradicional escuadra bogotana en la que jugaría con notable suceso aún dos temporadas. Insistía luego en que allí le tapó un cabezazo a quemarropa ante Deportivo Cali a su ex compañero Lallana, que constituyó la mejor atajada de su carrera. El regreso no ocurrió ni por razones deportivas, pues su rendimiento fue pleno, ni económicas pues la retribución fue superior a la que recibía en River. Pero la nostalgia y la soledad (su esposa e hijas había quedado en Buenos Aires) pudieron más y a los 44 años emprendió el regreso, cerrando así su carrera como futbolista.

Su vinculación posterior con el fútbol activo fue breve: En 1972 fue el Director Técnico de Deportivo Armenio, conduciéndolo a la conquista del Campeonato de 1ra. D. Fue una consecuencia de su vinculación con la empresa Adidas de Argentina, conducida por gente de la colectividad armenia, con la que tuvo una relación laboral de más de dos décadas. Pero la dirección técnica no convenció a Amadeo, que descreía del papel de estos y no siguió. También estuvo ligado como formador de arqueros a las inferiores de River.

El destino que le aguardaba en el resto de su larga vida fue el de mito viviente. Receptor del cariño y la admiración de nuevas generaciones de riverplatenses, su figura fue habitual en las plateas del Monumental. Invitado permanente de peñas y círculos “millonarios”, River le debió el famoso partido homenaje que nunca le hizo. Pero en sus últimos años fue designado Presidente Honorario, y no faltó a ningún acontecimiento ligado a la entidad.

Residente desde que llegó a Buenos Aires en Villa Devoto, primero en la casa de su tío Claudio Larretape, y luego tras su casamiento con Lilia en hogar propio. Casi 68 años de matrimonio, dos hijas llamadas Lilia y Laura, y nietos y bisnietos que alegraron sus años de reposo.

Morará ahora, desde el pasado 20 de marzo y mientras haya fútbol, en la renovada memoria transmitida de generación en generación, junto a los inmortales del arco.

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