El horizonte asomaba venturoso: aquel regordete que pateaba papeles y pelotas de trapo en el patio de su escuela ya no era quien solía. Seguramente muchos que lo vieron ni lo hubieran imaginado; ahora, un estilizado jugador que surcaba la banda izquierda llenaba las redes de goles y hacía tambalear los arcos y las estructuras.
Por Ignacio Titimoli, socio del CIHF.
Nacido un 15 de julio de 1954 en Bell Ville, corazón de Córdoba, Mario Alberto Kempes ya había dejado de ser Carlos Aguilera: “en el camino, el dirigente me explicó que yo iba a figurar en la planilla del partido como ‘Carlos Aguilera’. ¿Por qué? La idea de Pedraglio (el dirigente) era mantener en secreto mi identidad para evitar que, después del debut en Instituto, algún directivo o caza talentos rival lograra ubicarme y ‘robarme’ con la promesa de un mejor contrato”. La cita corresponde a su buena y reciente autobiografía, “El Matador”.
Mario tuvo sus inicios en Club Atlético y Biblioteca Bell y siempre dio el paso siguiente solo contando con el aval de su padre. Mario padre fue decididamente el impulsor de su carrera. De corte mesurado y conservador, Kempes fue aconsejado por él: probablemente hoy Kempes no sabría cómo continuar su vida de no haberlo escuchado. Su padre fue quien le inculcó valores y quien lo ayudó a terminar la escuela secundaria, pero también quien lo acompañó en su debut en primera —en el momento que creyó justo y no cuando la oportunidad apareció— y en su primera y exitosa aventura por Valencia.
Si bien eran tiempos distintos a los actuales, la pelota nunca dejó de tejer los lazos que siempre tejió con la política y los poderes funcionales. Mario deja asombrado a cualquier lector al relatar sus anécdotas con la Selección Fantasma, que consiguió la clasificación para el Mundial de 1974, pero también sus experiencias en la Colimba y en el predio de José C. Paz —aquel que la Selección Argentina utilizó como concentración en 1978. Todas ellas tienen como común denominador la austeridad y la dignidad con la que esos caminos fueron transitados.
Admite detectar cierta injusticia para con los campeones del ’78: un campeonato ganado por la Selección de Menotti de pe a pa, de cabo a rabo. El problema, claro está, es el uso que de él hicieron los militares a dúo con Havelange, capo de la FIFA por aquel entonces.
Su actuación consagratoria en el Mundial ’78 le abrió las puertas al reconocimiento mundial, pero puso coto a las posibilidades exponenciales innatas para desplegar su fútbol: Kempes continuó sus días en Valencia, una escuadra que lo acompañó, pero que no podía alcanzar ni por asomo los millones que siempre tuvieron Barcelona, Real Madrid —y hasta Atlético Madrid. Valencia fue un equipo competitivo; Kempes fue ·Pichichi” tres campeonatos seguidos, pero eso no bastó para dar la vuelta en la Liga. Sí, en cambio, pudo sacarse el gusto al ganar la Recopa de Europa ante el Arsenal de Inglaterra y la Supercopa de Europa ante el Nottingham Forest, en el plano internacional y la Copa del Rey ante Real Madrid, en el plano nacional.
Llega una etapa en la vida de todo futbolista en la cual su rendimiento merma conforme la edad avanza. Kempes no fue la excepción. Un golpe en el hombro jugando para Valencia en un partido contra Carl Zeiss Jena por la Recopa de Europa, sumado a una dobladura de su rodilla unos años antes comenzaron a acrecentar lo que otrora sólo significaban molestias. Se convirtieron en lesiones que complicaron su andar, pero no lo prohibieron.
En 1981, Kempes llegó a River para coronarse campeón de la Copa Libertadores y obtener visibilidad de cara al Mundial de 1982. La Copa siguió siendo por entonces una obsesión para el club “Millonario”, que había perdido las finales de 1966 y 1976. Sin embargo, con un equipazo, River logró coronarse en el plano nacional; Mario pudo ser, también, profeta en su tierra.
Sus años finales como jugador lo encontraron jugando en Austria, tras una salida con algunos sinsabores de Valencia, que años más tarde pudo ser conciliada.
Como obra póstuma de su etapa como futbolista —una profesión que le costó soltar y que retomó al menos dos veces, para jugar en equipos con menores exigencias— llegaron sus días como Director Técnico. Deambuló por Austria, por Marruecos, por Bolivia y hasta por Indonesia. Si bien en Bolivia logró coronarse, la función técnica nunca pudo ser igualada a la de la faz futbolísta: mientras en la segunda fue el mejor, apenas si en la primera logró transmitir todo lo que sus pies pudieron. De todos modos, no cierra la puerta: todos queremos ver al Matador defendiendo los colores de Valencia en el futuro desde el costado del campo.
Kempes se muestra muy agradecido con todas las personas que influyeron en su vida; en eso no escatima: Ardiles, Griguol e incluso Menotti, con quien tuvo una relación que autodenomina como respetuosa.
Actualmente dedicado a comentar fútbol, Kempes sabe mejor que nadie todo lo que fue: los logros conseguidos lo enorgullecen; haber representado a su país tan audaz y con tanta solvencia lo ubican como uno de los jugadores más importantes de la historia del fútbol argentino y mundial. Desde el CIHF celebramos sus 68 años.
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