El mercado no espera

por Gustavo García, especial para el CIHF

Una insólita vorágine ha ganado al mundo del fútbol. Ya no sólo es que se ha perdido ese intangible tan preciado llamado paciencia, sino que los procesos formativos de jugadores rumbo al profesionalismo se aceleraron a tal punto que crearon un contexto sin precedentes en el escenario argentino.

En ese flujo constante de futbolistas jóvenes que nutren a los clubes más importantes a nivel de campeonatos organizados por la Asociación del Fútbol Argentino, se produce hoy una particularidad: los cazadores de talentos se llevan jugadores cada vez más chicos. Lo que antes ocurría a los 16 hoy tiene lugar a los 12 o 13 años.

En esta dinámica en la cual el pez grande se come al pez chico, y que obviamente se replica a escala mundial, las ligas de pueblo sufren un proceso de desertificación. Los habilidosos, los pibes con potencial, arman el bolso temprano y se van a probar suerte con otras camisetas. Los clubes locales, que pierden así su materia prima más valiosa, ven socavadas sus posibilidades en los torneos federales. Sin los mejores jugadores del semillero las chances de triunfar se restringen. El camino se bifurca: o se resignan a campañas mediocres o abren la billetera, generalmente flaca, e invierten en valores foráneos.

El fenómeno ocurre en todas las ligas de la Argentina pero, como suele decirse, para muestra basta un botón. Los clubes que integran la Liga Necochea de Fútbol se ven atravesados por esta sangría cuando logran, esporádicamente, formar un futbolista con proyección. Los pibes se escurren como la arena entre los dedos de una mano.

“Ahora a los 15 años ya son grandes. Para que tengan alguna posibilidad de jugar en clubes importantes de Buenos Aires o de AFA, se los llevan a los 12 años”, explica Miguel Ángelo López, otrora volante de aquel Estación Quequén que dio que hablar al obtener el ascenso al Nacional B en la temporada 1988-89 tras derrotar en la final a Olimpo de Bahía Blanca.

Miguel López

Los tiempos cambian, los métodos se perfeccionan. El sistema de captación de talentos es una red que cubre el país a lo largo y a lo ancho. El radar está siempre encendido y, en la Era de la comunicación y las redes sociales, se vuelve mucho más sencillo que un entrenador de un club de AFA descubra el potencial de un jugador que todavía es un niño. Una vez visto y probado el futbolista, comienza una etapa en la cual la familia es un engranaje vital del mecanismo de producción de profesionales.

Ocurre en general que cuando los chicos tienen 12 o 13 años no se incorporan a la pensión del club sino que mantienen un vínculo a distancia. “Ahí entonces las familias tienen que contratar de manera particular un nutricionista, un preparador físico y un técnico local para que, de acuerdo a las indicaciones del club, el chico trabaje en su pueblo o ciudad. Y todo eso lo costean los padres”, resalta Miguel López.

DESAFIOS

“No creo que sea hostil el sistema de scouting de los clubes sino, en cambio, todos los momentos que debe atravesar el futbolista para mantenerse en algún club de los denominados grandes”, señala Matías Issin, entrenador y actual ayudante de campo de la Selección Sub 15 de la Liga necochense.

Matías Issin

El técnico recalca que se trata de “un mundo diferente cuando el jugador está en su club, su ciudad, con sus compañeros a cinco cuadras, come todos los días en su casa, tiene a su familia y las comodidades de los traslados. Es difícil pasar a una ciudad desconocida donde dejaste de ser la figura de tu club para compartir habitación con tres o cuatro jugadores que son sólo compañeros y no amigos. Que desean lo mismo que vos y hay otros esperando en la fila”.

En la lista de casos está el de Juan Pablo Arango, un delantero categoría 2005 que fue contratado por Estudiantes de La Plata cuando tenía 12 años. Al principio entrenaba a distancia y se encontraba con los compañeros el día del partido. Viajaba 1.000 kilómetros todos los fines de semana, hasta que en 2018 ingresó en la pensión pincharrata. En el año 2022 fue incluido en la lista de buena fe para la Copa Libertadores.

En esa carrera contra el tiempo algunos cumplen el sueño, otros no llegan. A un paso de lograrlo está Lucas Silva –categoría 2007-, un volante nacido en La Dulce que ya fue convocado a la reserva de River. Entre los que cruzaron la meta puede mencionarse a Juan Pablo Zozaya, hoy arquero de Central Córdoba de Santiago del Estero –el pase pertenece a Estudiantes de La Plata. 

“La de Necochea es una Liga siempre mirada por el fútbol grande, los clubes del Federal. Hoy en día también por instituciones de la zona. Siempre dio buenos talentos”, sostiene Issin.  

Sin embargo, parece haber mucho de silvestre y poco de  método en la aparición de futbolistas talentosos con proyección hacia el profesionalismo. El técnico reconoce que “llegan más por una condición natural y el talento innato del jugador que por un desarrollo, una metodología o un gran trabajo de divisiones inferiores de los clubes. Muchas veces los entrenadores buscan al jugador joven como la figura que los va a salvar. A veces, presos del sistema, buscan el resultado y todo vale”.

OBJETIVOS

Los tiempos cambian, las formas de trabajar se modifican, pero el sueño parece ser siempre el mismo: consagrarse en el fútbol grande. Miguel Ángel López, Miguelito para los relatos necochenses, recuerda que “desde chico quería jugar en Buenos Aires. Esa era mi gran ilusión”.

Lo cierto es que cumplió su objetivo y durante cuatro años vistió la camiseta de Independiente de Avellaneda. López fue descubierto nada menos que por Ernesto Duchini, el hacedor del seleccionado nacional juvenil campeón del mundo en Japón, en 1979, de la mano de Diego Maradona y Ramón Díaz.

“Duchini estaba de vacaciones en Costa Bonita, un balneario ubicado en Quequén, y fue a ver un partido donde yo jugué para la selección juvenil de Necochea y en el cual le ganamos a Lobería por 5-4”, repasa Miguel, que fue campeón con la Azul Francia. Eso ocurrió en 1981. Tras esa fiesta de goles el entrenador de AFA eligió a cuatro futbolistas, pero sólo Miguel López aceptó la invitación y se fue a Buenos Aires. 

“Cambió todo en la formación del jugador –asegura López-. Hoy la parte física es fundamental para poder llegar a jugar en Primera División”. Por entonces, el futbolista que emigraba ya había jugado probablemente en el seleccionado juvenil de su Liga, y tenía ganado un puesto en la primera de su club. Había demostrado tener talento. Hoy, en cambio, ni siquiera llegan a debutar en la máxima división local.

En esa vorágine, en ese apuro por madurar, se pagó el precio de perder calidad. La opinión, como siempre, es subjetiva. “A veces veo el fútbol de Primera División y pienso que el nivel es bajo. El que antes jugaba de 2, hoy tranquilamente podría jugar de 10. Veo a tipos que no pueden ni parar una pelota y están en clubes grandes de AFA”, enfatiza López.

La situación se presenta como irreversible. El mercado del fútbol no puede esperar. Queda, sin embargo, la posibilidad de modificar los esquemas de entrenamiento para que los chicos emigren mejor armados. Como afirma Issin, “deberíamos cambiar el paradigma de trabajo. Tomar jugadores con tres o cuatro cosas buenas y seis falencias y pasar a la categoría siguiente jugadores con dos o tres falencias y seis cosas buenas”.

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