La magia del Maestro

por Claudia Valerga, especial para el CIHF

Griguol pensaba mucho más rápido de lo que corría la pelota. Era serio y ocurrente por partes iguales y dependiendo del ámbito. Cuando llegó a Ferro en 1980, traía consigo un campeonato con Rosario Central, en 1973, y su cabeza dominada por ideas fijas.

Pulcro y acicalado -eso también se los enseñó a sus jugadores-, se presentó frente a los dirigentes de Ferro Santiago Leyden y Ricardo Etcheverri. Sentados frente a él, tanto el Presidente del club como el Vice, aquella tarde de enero, se dispusieron a escuchar. Eran hombres prudentes, reflexivos y con gran sentido del lugar que ocupaban.

Carlos Timoteo Griguol les propuso trabajo de su parte. Conducción, seriedad y un proyecto, aunque no a corto plazo. El odontólogo y el arquitecto apenas cruzaron una mirada –esto lo intuyo porque los conocí- y aceptaron la promesa. El nuevo técnico atravesó el elegante hall central de la sede social y salió por la entonces Cucha Cucha 350 dispuesto a poner en marcha su plan.

El Viejo, así apodado cuando solo tenía 45 años, convocó al primer entrenamiento. No sabemos a ciencia cierta qué les dijo, pero les anunció que había que trabajar mucho. Creo que ese grupo de jugadores expectantes no se imaginaban cuánto.

Las pretemporadas en Villa Giardino eran durísimas. Algunos muchachos llegaron a rebelarse. Literalmente, subían y bajaban montañas. Cuando arribaban a Caballito eran la roca del mismo cerro cordobés, hasta que, con el transcurrir de los partidos, se iban desestructurando.

Los resultados de ese principio de campeonato de 1980 no se daban; Timoteo tenía los minutos contados como técnico de Ferro. Hasta que sucedió la hazaña. El 3 de abril de ese año, Ferro se fue al vestuario en el entretiempo, perdiendo frente a Racing por 3 a 1. A los dos minutos del segundo tiempo, el equipo de Avellaneda convertía el cuarto. No había más nada que hacer. O eso creyeron todos, todos menos los muchachos de Griguol.

A los 6 minutos Cacho Saccardi, de cabeza, descontó (2-4) y a los 27 Rubén Rojas disparó nuevamente al arco de cabeza. Ya estaban 3 a 4. Racing se desinflaba y Ferro dio vuelta un resultado puesto. El encuentro terminó 5 a 4. Griguol se quedó y allí, esa tarde en el “Templo”, comenzó la historia de los campeonatos obtenidos en 1982 y 1984.

Timoteo se dedicó en esos años a formar jugadores. No tenía horarios, ni tiempos acotados. Era técnico los 365 días de cada año. Y, sin exagerar, fue padre de varios de los muchachos. A Carlos Aimar, sin excepción, se le inundan los ojos cada vez que lo nombra: “él fue mi viejo”. El ayudante de campo y jugador del Central campeón, estuvo toda la vida, pública y privada, al lado de Griguol. Fue su amigo, también, a medida que las décadas transcurrían.

Para la prensa, esos campeonatos de Ferro fueron una hecatombe. No se podían permitir desplazar al Boca de Maradona, de las portadas de los diarios. La venta mermaba considerablemente si titulaban con Ferro. Por eso, comenzaron a hostigar al técnico y a su planteo de juego, tildándolo de “aburrido”. Se ensañaron, porque lo económico podía más que lo objetivo.

Mientras tanto, el Maestro le ponía el pecho sin chistar a tamaña injusticia. Mientras tanto, el Maestro controlaba boletines de jugadores. Mientras tanto, el Maestro aconsejaba, pregonaba con el ejemplo. Mientras tanto, Griguol ponía en práctica en Argentina un modo de dirigir que hasta Pep Guardiola quiso saber sobre él.

Los jugadores se fueron acostumbrando a los sistemas de ese hombre que en su juventud, cada mañana, a las cinco, se levantaba para cosechar la verdura de las quintas familiares que tenían en Las Palmas, hoy una ciudad de Córdoba Capital.

Mafalda, su madre, no logró que estudiara y finalmente entendió que Carlos, solo quería jugar al fútbol. La sabiduría que les fue transmitiendo a los jugadores la trajo en su sangre. No hay facultad que enseñe esa materia. Su intuición era alucinante.

La gran mayoría de sus dirigidos capitalizaron aquel aprendizaje que, día a día, les inculcó El Viejo. Después de aquel triunfo contra Racing, les demostró que nada hay que dar por perdido. Si tenían que firmar un contrato les aconsejaba leerlo de arriba abajo e incluso, cómo debían ir vestidos. Los inspiraba a prolongar sus carreras profesionales, cuidándose. Cuando llegaban a los entrenamientos observaba a sus jugadores: “noches alegres, ojitos tristes”, les decía. Sabía cuando habían dormido poco.

Diego, nuestro Diego, un día le pidió permiso para ir a entrenar a Ferro. Fue en 1992, mientras jugaba en el Nápoli y atravesaba una suspensión impuesta por el Comité de Disciplina de la Liga Italiana de Fútbol. Cuando se fue a bañar al vestuario le tocó una ducha malherida. Los muchachos de Ferro se ofrecieron a cambiársela, Maradona no quiso. Griguol dijo: “no le di ninguna indicación, solamente lo miraba jugar, ¡qué otra cosa podría hacer!”.

Ferro Carril Oeste no tiene otros ídolos más grandes que Cacho (Saccardi) y Griguol. El Viejo les enseñó a salir campeones, a entender que el esfuerzo y el profesionalismo llegan a buen puerto. No hay magia. La magia fue tener al Maestro.

timoteo

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