Lángara y Pontoni, dos maneras de llegar al arco

por Felipe Soutinho, socio del CIHF

San Lorenzo de Almagro tuvo, en la década del 40, dos centrodelanteros espectaculares, cada uno a su manera: Isidro Lángara y René Pontoni.

Isidro Lángara Galarraga, nació en Andoain (Guipúzcoa – País Vasco – España) el 15 de mayo de 1912. Potente, decidido, valiente y, sobre todo, fácil y terriblemente peligroso en el disparo, además de muy certero rematador de cabeza. Un extraordinario delantero centro, por todos los conceptos. Jugó doce partidos internacionales y marcó diecisiete tantos. Actuó en el Andoain y en el Tolosa C. F., y en 1930 pasó al Real Oviedo C. F. – el club ovetense pagó por su pase, en 1930, 9.000 pesetas-. Lángara fue el máximo realizador del torneo liguero en tres campeonatos consecutivos (1933-34 a 1935-36) consiguiendo para el Real Oviedo, 27, 26 y 27 tantos respectivamente en la División de Honor. Permaneció en ese club hasta julio de 1936, en que se fue de gira junto con una selección de jugadores vascos que dejara España. Los futbolistas y dirigentes vascos decidieron formar una selección integrada por jugadores de esa tierra para tratar de juntar algún dinero para la causa republicana y al tiempo para mantener la forma física. Ese equipo de vascos salió a lucir su notable capacidad por las canchas del mundo. Recorrieron Europa entera. En Rusia jugaron ocho partidos; en Finlandia, en Polonia, en Suecia, Noruega, Inglaterra y Francia. Y después a América: Norteamérica, Cuba, México, y en seguida a Chile y Argentina; en estos últimos países no los dejaron actuar por razones reglamentarias. La gira había seguido hasta que el Sr. Jules Rimet, en una miserable decisión, impidiera que continuaran en su intento, ya que amenazó a todos los equipos y países que enfrentaran a la selección de Euskadi con desafiliarlos de la FIFA. Fue así como varios de esos jugadores tuvieron que buscarse el sustento y eludir terminar en las cárceles o frente algún pelotón de fusilamiento ya que su situación, en caso de intentar el regreso a su tierra, era más que dudosa.

Cuando la selección vasca llegó a México, la gente que aguardaba en los andenes de San Lázaro se fue sobre Isidro Lángara y lo llevó en andas hasta las puertas de la estación. Eran cientos, tal vez miles de personas las que acudieron a la estación de tren. Bajaban los integrantes de la Selección Vasca y recibían aplausos y porras. Pero, en cuanto Lángara puso un pie en tierra, la brecha se cerró en torno a él. Isidro sintió de pronto que volaba por los aires. La afición azteca lo había tomado de las piernas y lo paseaba en hombros y así fue sacado de la estación. Era el año de 1937. Y Lángara respondió en la cancha. Los vascos ganaron casi todos sus partidos jugados en México y casi todos los goles provinieron de Isidro. Los aficionados de aquella época no pueden olvidar en especial una anotación que le hizo a la selección nacional el 12 de diciembre de 1937. “Pipiolo” Estrada, portero mexicano, hizo un largo despeje hacia la media cancha. Lángara, veinte metros fuera del área rival, vio pasar el balón encima de su cabeza, dio media vuelta y de espaldas a la portería mexicana, la pescó con el pie derecho. El balón viajó por el aire y se incrustó en las redes. Era la primera vez que en México se veía un gol de chilena y de esa distancia.

San Lorenzo necesitaba un goleador. En una época de “cañoneros” -Varallo, Masantonio, Bernabé Ferreyra y Rongo, entre otros-, le faltaba al Ciclón alguien que pudiera aprovechar las oportunidades creadas y poner la pelota en las mallas. La fama goleadora de Lángara en México llegó a los oídos de las autoridades sanlorencistas, y pidieron a don Guillermo Stábile, que lo había visto jugar en Europa, que opinara respecto del vasco, y él contestó: “Lángara no es pulido ni vistoso… Pero si ustedes quieren goles, con Lángara comprarán muchos goles”. Lo trajeron en 1939. Junto a él vino otro jugador -un half, como se decía entonces- que haría una carrera fantástica en Argentina y en el Ciclón: Ángel Zubieta, y otros dos que tuvieron un paso más efímero por las filas santas: el entreala Iraragorri, y el puntero izquierdo Emilín Alonso, todos vascos como Lángara.

Su debut ocurrió el 21 de mayo de ese mismo año, contra River Plate en el Gasómetro. Se disputaba la 10ª fecha del campeonato. Lángara desembarcó en Buenos Aires y prácticamente siguió para el estadio. Del puerto al Gasómetro sin escalas, presentación al plantel y a trabajar… Al ver salir del túnel al jugador español, la gente comenzó a burlarse de él. Le gritaban cosas como: “Gordo, volvé a España…” y “¿Con éste le vamos a ganar a River?” A los 7’ hizo estallar a la tribuna azulgrana con un golazo espectacular poniendo en ventaja a su equipo; Carlos Peucelle empató 6 minutos después. A los 15′, 21′ y 39′ el vasco lograba sendos goles para su equipo y ponía el resultado 4 a 1 cuando recién terminaba el primer tiempo. La defensa de River sufría tanto con el vasco, que José Manuel Moreno bajó a recriminarle al central Cuello: “Al gallego éste lo matás vos o lo mato yo…” ¿El partido? Terminó 4 a 2 al descontar Rongo de penal. Y eso que el mismo Lángara reconoció que en ese partido no estaba en la plenitud de su forma: “Tengo que mejorar. Créame que yo juego mucho más. Fuera de los goles, contra River Plate estuve hecho lo que ustedes dicen “un patadura”. Me faltaba entrenamiento. Me movía con dificultad, con pesadez. Espero ponerme completamente bien en poco tiempo y adquirir la velocidad y la agilidad que siempre he tenido. Confianza en mí mismo es lo que me sobra. Ya me verán hacer goles, ya…”

Y vaya si cumplió esa promesa. En ese torneo convirtió 34 goles y quedó a seis de Arsenio Erico, el paraguayo de Independiente. Pero al año siguiente, luego de otros 33 tantos, sí pudo subirse al primer lugar en el podio de los goleadores. Los cuatro tantos del debut del vasco y los que fue marcando después hicieron el milagro de cambiar el panorama, y San Lorenzo conquistó, además de muchos puntos, más de 5.000 nuevos asociados, casi todos pertenecientes a la entusiasta colonia española, que se volcó entera en la cancha, domingo a domingo, para admirar las virtudes del caballeresco crack compatriota. Isidro se convirtió en ídolo, en atracción máxima, en punto de mira. Viajando al interior, en las estaciones intermedias, la gente se agolpaba preguntando exclusivamente por él, con abstracción de los demás, y eso que en el elenco santo había muchos cracks de renombre. Y se hicieron contratos con clubes del exterior en los que se estipulaba que sin Lángara la visita ya no tenía razón de ser. Tras aquella primera temporada a la que había llegado una vez iniciada y fuera de forma, la fama de Lángara le hizo ser la principal figura de la gira que San Lorenzo realizó por Brasil entre diciembre de 1939 y enero de 1940. Equipos como Flamengo, Botafogo o Vasco de Gama mordieron el polvo ante el conjunto argentino. Incluso formaron un combinado con los mejores elementos de cada uno para enfrentar al equipo sanlorencista, si bien el resultado fue el mismo: con un espectacular Lángara anotando un gol tras otro, San Lorenzo regresó a su país invicto.

En 1941 aportó 24 goles y en el 42 se anotó con 15. Esas fueron sus dos últimas temporadas completas en Boedo. Siguió paseando su facilidad para convertir: en 1942, San Lorenzo se fue de gira por México. Fueron diez partidos, en los cuales los Gauchos de Boedo convirtieron 42 tantos, 23 de los cuales estuvieron a cargo del inmenso Isidro. Ahora, en el Salón de Trofeos del Nuevo Gasómetro, un busto con la clásica boina vasca lo evoca cada día. En 1943 el España de Méxíco lo extirpó del fútbol argentino. Justo cuando había arrancado con cuatro goles en las primeras cinco jornadas del torneo. A pesar de esta notable marca, a Lángara le quedó una cuenta pendiente en el club: nunca salió campeón. “La suerte de ser goleador me juntó con los hinchas, pero nunca, y eso lo sentí, pude ser campeón”.

Le dieron en pila. Lo agarraron, lo pisaron. Jamás se quejó. Soportó todo. A lo sumo, alguna vez le dijo a un zaguero, poniendo la cabeza al frente, a lo toro: “¡Chico! Que te doy un topetazo…” Nada más. Una promesa que nunca llevó a la realización. Rinaldo Martino lo recordaba así: “Jugué con él en el ’41, cuando llegué de Rosario. ¡Cuánto tenía que ver el vasco con mis goles! Aparte de ser una excelentísima persona, era mayor que nosotros, con más experiencia, y nunca nos negó un consejo. Muchas veces facilitó nuestra acción en la cancha porque los defensores se iban atrás de él por su peligrosidad y nos dejaban solos, sin marca…” Fue un ciclón en el Ciclón. Porque la campaña en la Argentina fue breve. Entre 1939 y 1943 –último año, en el que jugó muy pocos partidos– marcó 110 goles. En 1943 volvió a México para jugar en el Club España, y anotó 27 goles en una temporada en la que participaban solamente 10 equipos. En la siguiente marcó 38 y en la 1945/46 ¡40! Compuso con el “Charro” Moreno una excepcional pareja en ese club mexicano, y obviamente salió campeón. En un partido que el España ganó 9-1, siete goles los hizo él, ¡y todos fueron preparados por Moreno! Regresó a España en 1946 y volvió a su querido Oviedo, donde permaneció dos temporadas antes de colgar las botas. Fue técnico por un corto espacio de tiempo de San Lorenzo en 1955 (curiosamente, lo reemplaza en forma provisoria Pontoni).

Lángara se había ido en 1943, y San Lorenzo necesitaba un reemplazante. Pero ¿cómo encontrar un centrodelantero que asegurase la cantidad de goles que aportaba el vasco? El primer candidato fue otro “vasco”, el bahiense Tomás Porfirio Etchepare. El “9” de Liniers fue adquirido ese mismo año por 15.000 pesos y tuvo la ingrata responsabilidad de substituir a Lángara. Por más que tuviera un estilo semejante al vasco, basado en pujanza y empuje, la plaza que dejara Lángara era demasiado grande para él. Llegó a tener algunos buenos desempeños, apareció en la tapa de El Gráfico -todo un honor para la época-, pero al final no aguantó la comparación. En 1943 marcó 13 goles en 21 partidos y en 1944 solo 3 en 10. En 1945 fue vendido a Chacarita Juniors, por 22.500 pesos.

En 1944 otro candidato al puesto de Lángara surgió: Emilio Pablo Jorge Fizel. Había llegado desde Quilmes, en canje por el zaguero Bazarás. En 1943 salió campeón con la tercera sanlorencista, y se presentaba como una posibilidad real para ocupar la posición. Tenía habilidad, metía goles -en el 44 fueron 12 en 19 partidos-, pero terminó la temporada turnándose con Etchepare, sin llegar a la titularidad absoluta. Hubo algunos intentos con el habilidoso y goleador entreala Mario Fernández, pero esa no era en definitivo su posición, como quedó hartamente demostrado con su posterior actuación de “10” en Newell’s e Independiente, cuando alcanzó la selección argentina, ganando el título del sudamericano de 1947 en Guayaquil, Ecuador.

Llegado 1945, la dirección sanlorencista decidió que necesitaba un jugador capaz de llegar y ocupar la posición sin dudas ni hesitaciones. Para eso buscó en el equipo de Newell’s Old Boys el centrodelantero de la selección argentina: René Alejandro Pontoni. Pontoni nació en Santa Fe el 18 de mayo de 1920, en el barrio de La Facultad, en una humilde casa ubicada en las calles Primero de Mayo y Boulevard Pellegrini. Cuando tenía 4 años falleció su padre. A los 12, trabajaba con su hermano mayor, Juan, en el reparto de huevos. Ese hermano, precisamente, a instancias de la madre, sacó a René de los potreros del barrio y lo llevó a Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, donde él jugaba y donde, por la potencia de su remate, le decían “La Mula”. En 1934, a los 13 años, debuta en la sexta división de ese club. Pero las dificultades económicas de su hogar lo obligan a emplearse como oficinista y a dejar el fútbol. Dos años alejado de las canchas que, por su natural tendencia a engordar, le hicieron aumentar 30 kilos: de 45 a 75. Corría 1937. Pontoni, con la promesa de jugar en primera, comenzó a entrenarse y a cumplir un severo régimen alimenticio. Estabilizado en los 70 kilos, reapareció en un cotejo amistoso que Gimnasia disputó contra Ferro Carril Santa Fe. Esa tarde, Pontoni hizo cuatro goles y se aseguró la titularidad en primera. Siguió en Gimnasia hasta 1940. Haciendo paredes y goles con José Canteli, maravillando con su fútbol mitad arte, mitad ciencia.

Ese mismo año recusa propuestas de Boca Juniors y Rosario Central. Colón lo pide prestado para jugar un amistoso contra Peñarol en Montevideo. Los santafesinos pierden 5 a 3, pero Pontoni maravilla con su juego y los orientales lo quieren llevar, pero solo consiguen una nueva negativa. Siempre en 1940, integra el seleccionado de Santa Fe que juega en Buenos Aires las finales del campeonato argentino. En el último partido, pierden 7 a 4 con Capital, pero Pontoni le convierte dos golazos al arquero Estrada, en ese entonces titular de Boca Juniors. Adolfo Celli, ese zorro descubridor de talentos para Newell’s Old Boys, lo ve en ese campeonato. “Para Santa Fe jugaba un muchachito rubio. Fuera de forma, pesado, su desplazamiento era sumamente lento. Sin embargo, pasaba bien la pelota y su shot era violentísimo. Dirigentes porteños tenían apalabrado a nuestro delantero, y cuando me preguntaron qué me parecía el muchacho respondí: Regular, no más, Demasiado lerdo para tener éxito en primera”. Y así se aseguró que no se le birlaran el crack en ciernes.

En 1941, debe cumplir el servicio militar en el Regimiento 12 de Infantería con asiento en Santa Fe. El doctor Ravena Palacios, directivo de Newell’s, concibe la idea de conseguir su traslado al 11 de Infantería, con sede en Rosario, para así acercarlo a su club. Luego, lo “invita” a participar de un entrenamiento. Pontoni acepta. Juega 90 minutos, le hace tres goles al arquero de la primera, Heredia, y el técnico del equipo superior, Adolfo Celli, aconseja su contratación. Newell’s abona 22.000 pesos a Gimnasia y obtiene su pase, además de los de José Canteli y Garbanoli. Pontoni firma su primer contrato profesional: 1.250 pesos de prima, 200 de sueldo y 200 por partido ganado.
En ese mismo 1941 debuta Pontoni en el campeonato de primera división. Newell’s gana sus tres primeros partidos, todos jugados contra grandes equipos: 5-0 a San Lorenzo (1 gol de Pontoni), 2-1 a River Plate -de visitante- y 3-2 con Boca Juniors (2 goles de René). Pontoni marca 20 goles en 30 partidos, y es una de las revelaciones del torneo, comparado a Pedernera, Erico y Sarlanga. En 1942 llega a la selección, en un partido contra Uruguay por la Copa Lipton en el estadio de River. Gana Argentina 4-1, y René marca dos veces. En el campeonato de ese año, obtiene 23 tantos en 28 partidos. En el verano de 1943 Newell’s Old Boys obtuvo su primer título internacional -la Copa de Oro Torneo Internacional Nocturno-, siendo René Pontoni el goleador del campeón y uno de los baluartes de la alineación titular. En ese año merma su producción en el campeonato argentino, así como la de todo el equipo rosarino, y marca solo 10 goles en 28 partidos. En 1944 tiene problemas con la dirección de Newell’s, relativos a la parte financiera. Eso se refleja en su actuación, ya que marca 13 goles en 24 partidos. El jugador declara que quiere irse a jugar en México.

San Lorenzo, atento a la situación e interesado en traer al crack santafesino a sus filas, le presenta a NOB una interesante propuesta: 100 mil pesos, siendo 40.000 al contado, y los restantes sesenta abonados por la cesión de los pases del half izquierdo Arnaldo y del entreala Mario Fernández, tasados en 30.000 cada uno. Los rosarinos aceptan y René Pontoni pasa a las filas sanlorencistas. Allí se encontraría con dos otros cracks con quienes formaría la “Santísima Trinidad” del Ciclón: Armando Farro -quien venía de Banfield- y Fioramonte Rinaldo Martino. El estilo de Pontoni era diametralmente opuesto al de los cañoneros de su época, le gustaba bajar para asociarse a sus entrealas y llevar la pelota adelante, combinando para llegar al arco contrario. Seguramente no tenía la precisa pegada de Pedernera, ni el salto acrobático de Erico. Pero desde Rosario llegaba con toques sutiles de la clásica escuela y era un goleador temible. Pero también combinaba a un ritmo superior al de la época.

Pontoni debutó con la camiseta azulgrana el 22 de abril de 1945, enfrentando a Gimnasia y Esgrima de La Plata en la ciudad de las Diagonales, ganando el conjunto de Boedo por cuatro a dos, con una labor explosiva del santafesino, anotando tres golazos. Pero sus inicios en San Lorenzo fueron un poco tibios. No era el mismo jugador de Newell’s. Nunca se comprenderá lo bastante cuán pesada fue la responsabilidad de René Pontoni cuando vistió los colores azulgranas. Además del peso de la cifra de su transferencia, el nuevo ambiente, el nuevo clima, un equipo que necesitaba un proceso previo de afiatamiento para que, producida la comprensión de sus integrantes, pudieran éstos alcanzar su máximo nivel de rendimiento, la auténtica expresión de su capacidad. El equipo no rendía sino irregularmente a lo esperado. Pontoni, integrante de ese cuadro, parte componente y no independiente de él, no podía dejar de experimentar las influencias de esa situación. Pero a la calidad técnica, unió el centrodelantero el temple moral, la firmeza de voluntad. Y Pontoni triunfó. A respecto de esos inicios, declaró el centrodelantero: “Y vos sabés que en los primeros partidos ni la agarraba… No sé explicármelo todavía… Tal vez porque de golpe me encontraba con otro fútbol, con otra manera de jugar distinta a la de Newell’s… Pero aunque me desesperaba no había caso… Recién después de los diez partidos empecé a entrar en onda… Y ya anduve bien y anduvimos bien…” La primera temporada trajo 15 goles de René en 27 partidos. San Lorenzo terminó cuarto, habiendo levantado un poco en las revanchas. Lo mejor estaba por venir.

En 1946 explotó René en toda su dimensión. Fue el máximo goleador del equipo campeón, con 20 tantos, y protagonista estelar de una de las mejores formaciones de la historia del fútbol argentino. Un gol lo define en toda su inmensa estatura de jugador: en la 24ª fecha del torneo de 1946, en partido frente a Racing, el puntero Francisco De la Mata le envió un centro. Pontoni, en el medio del área adversaria, de espaldas al arco, acosado por los zagueros Yebra y Palma, “mató” la pelota con el pecho, la dejó caer hasta la punta del botín derecho, ahí la mantuvo en un increíble alarde de malabarismo, amagó salir por su derecha, pero con una media vuelta por el otro lado se filtró por el hueco que con su amague había creado entre los dos defensores, y sin dejar que la pelota tocase el suelo sacó un remate cruzado que sometió al arquero Ricardo. Todo, en segundos. Tanto, que el asombro del público demoró el tradicional grito de gol, luego hecho alarido de emoción y reconocimiento. Es una obra maestra que sacude al estadio, y que hace que todo Racing, inclusive, felicite a Pontoni. Ese equipo fantástico convirtió 90 goles en 30 partidos y le sacó cuatro puntos a Boca, el inmediato perseguidor.

A fines de ese año, San Lorenzo parte a Europa, para una gira por España y Portugal. La excursión azulgrana fue un suceso clamoroso. San Lorenzo jugó ocho partidos en España, ganó tres (uno a la Selección Española por goteada, 6 a 1), empató tres y perdió solamente uno, frente al Real Madrid. Dos de esos empates fueron espectaculares: 3 a 3 con el Bilbao y 5 a 5 con el Sevilla. En Portugal jugaron y ganaron dos por amplia diferencia: 9-4 y 10-4. Presidía la delegación Domingo Peluffo, más tarde presidente de la AFA. Pontoni le pidió permiso para salir una noche y frente a la irreductible negativa de Peluffo le prometió: “Si me deja salir, mañana hago dos goles para usted”. Conseguida la autorización, René marcó al día siguiente los dos goles prometidos y el presidente de la delegación se le acercó en el vestuario para decirle confidencialmente: “Bueno, René, ya sabe: cuando necesite permiso para salir pídame nomás…” Luego del triunfo de San Lorenzo sobre el seleccionado español por 7-5, José Samitier, en ese entonces asesor técnico del Barcelona, se presentó en el vestuario con un cheque firmado por las autoridades de su club y con la cifra en blanco. Se dirigió a Pontoni y le dijo: “Ponga usted la cantidad. Barcelona lo quiere a cualquier precio”. René contestó: “Yo no puedo decidir eso. Hable con el presidente”. El doctor Domingo Pelulffo, con el cheque a la vista, se negó explicando: “Imposible. Si lo vendo, los socios me matan cuando regresemos a Buenos Aires”.

En 1947, Pontoni repitió sus actuaciones del año anterior. San Lorenzo no logró el campeonato, pero los azulgranas no mermaron en brillo y calidad. Ganando o perdiendo, Pontoni encabezaba las más bellas maniobras atacantes, siempre teniendo como norte el gol, pero luego de pasar por las estaciones de la genialidad. Marca 23 goles en 28 partidos y pelea por la artillería. Concurre al Sudamericano de ese año en Guayaquil, donde vuelve a deslumbrar.
1948 no es su mejor temporada. El equipo viene de dos temporadas de poco descanso, tiene alteraciones en su estructura, especialmente en defensa, y no funciona. Y cuando se jugaba la 24ª fecha del campeonato, en un partido contra Boca Juniors, en un choque con Dezorzi, Pontoni sufre una seria lesión: fractura ósea y de ligamentos de la rodilla derecha. Nunca más volvería a ser el mismo. Pontoni sufrió esa fea lesión a los 28 años. Y eso marcó a fuego su carrera: “Después ya no fui el mismo. Tuvo alguno que otro partido, chispazos, etapas, pero sin continuidad”, recordaba más tarde, al volver de Colombia.

En 1949, sumándose al éxodo de jugadores argentinos, viaja a Colombia, donde juega hasta 1952. Pasa por Sao Paulo en 1953 y en 1954, aprovechando la amnistía de la AFA para los que se plegaron al éxodo, reaparece en San Lorenzo. Pero habían pasado los años y no era el Pontoni de 1946. Aunque en algunos partidos de Reserva, resurgía el genio del gran jugador. Pontoni y Sanfilippo jugaron juntos en esa reserva de San Lorenzo en 1954. René hizo 7 goles y Sanfilippo 21. El 12 de septiembre de 1954, el viejo Gasómetro de San Lorenzo de Almagro se vio extraordinariamente colmado de público. Se enfrentaron el local y Racing Club por la 21ª fecha del torneo y hacía su reaparición nada menos que alguien que dio todo por el Ciclón: René Alejandro Pontoni. Salvo algunas buenas jugadas, en general no fue bueno su desempeño. Ganó la Academia 2-1 y siete días después tuvo una nueva oportunidad ante Lanús y aunque conquistó un gol, su equipo volvió a perder esta vez por 3 a 2, y así fue su despedida de las canchas el 19 de septiembre de 1954. Después de jugar 14 temporadas en primera división, con 34 años se retiró un genio del fútbol, que deslumbró con su juego, y fue una suma de belleza, habilidad y contundencia.

¿Y cómo definir entonces los estilos de Lángara y Pontoni, tan distintos, en pocas palabras? Para mí, Lángara fue el gol; Pontoni fue el fút-gol.

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