Un asunto balompedestre

El conocimiento detallado del reglamento de fútbol era una ventaja que los británicos sabían aprovechar en el terreno de juego. Para remediar este problema, el vasco Julio Alarcón, primer presidente del Club España, tradujo del inglés al castellano todas las reglas oficiales, mandó imprimirlas y dio un ejemplar a cada uno de sus jugadores.

Con el tiempo su publicación, conocida como la Guía del Juez, alcanzó al menos tres ediciones que, por supuesto, ya no eran de obsequio, sino que se podían adquirir por la módica suma de 50 centavos. Alarcón pensaba que para hacer verdaderamente suyo el juego debían castellanizarlo y por eso obligaba a los miembros del club a que nombraran en español todos los términos del fútbol.

Acerca de estos afanes lingüísticos se suscitó en 1916 una polémica entre periodistas de El Imparcial y El País. El punto era definir el término castellano más indicado para sustituir la palabra inglesa foot-ball. Julio Cejador proponía piebalón como el más correcto, del que se derivaban piebalonear, piebalonista, piebaloneando. Por su parte, don Mariano de Cavia sugería balompié y sus derivados balompedar, balompédico, balompedista o balompedestre.

El señor De Cavia acabó imponiéndose con el término balompié, aunque sin sus derivaciones y fue a partir de la visita de los equipos sudamericanos que la sencillez de la palabra fútbol ganó primacía dentro de la jerga futbolística.

En 1918 el asunto de la castellanización comprometió a directivos, cronistas y jugadores a desterrar por completo las palabras inglesas, pues así más gente podría entender o interesarse por este deporte. La liga repartía a la entrada de los campos un folleto donde explicaba al aficionado el significado de cada uno de los términos y sugería sus sustitutos en español, por ejemplo: foot-ball balompié, match – partido, goal-keeper-portero o guardameta, linesman-juez de línea, back-defensa, halfback-medio, forward-delantero, dribling-regate, etc.

Aunque esta preocupación se fue diluyendo, todavía en 1925 el semanario Toros y Deportes anotaba que uno de sus propósitos era “castellanizar lo más posible el deporte, para que de esa manera sea más comprensible a todos”. Como en cualquier asunto relacionado con el idioma, el tiempo y la costumbre fueron los mejores jueces. Porque nadie podría haber convencido a los porristas del España de abandonar su característico grito de “¡Orsay, réferi!, por el más propio “¡Fuera de lugar, árbitro!”.

Muy pocos aficionados del Club España le agradecieron a don Julio Alarcón sus esfuerzos para hacer más comprensibles las reglas del fútbol. Abandonó las filas españistas y creó una nueva agrupación a la que llamó Deportivo Español, evitando utilizar el tradicional anglicismo “club”.

De: Crónica del fútbol mexicano. Balón a tierra (1896-1932), publicación de Javier  Bañuelos
Rentería, México, 1998.-

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