El mejor del año, con las manos vacías

por Marcelo Izquierdo, especial para el CIHF

General Lamadrid fue el mejor equipo de la última temporada de la Primera C del fútbol argentino. Fue campeón del torneo Apertura (imagen de portada), tercero del Clausura y lideró la tabla anual. Pero perdió la final con Real Pilar -ganador del Clausura- y se quedó con las manos vacías.

Los manejos de la AFA tienen ese no se qué. Tras anular los descensos en Primera, los hinchas del Carcelero de Devoto nos quedamos esperando un ascenso por escritorio, como les sucedió en 2023 a Sportivo Italiano y Liniers. Fue la agonía que nos regala la desorganización absoluta que reina en nuestro fútbol.

El ascenso de mi querido Lama por decreto no ocurrió, aunque sí hubo otro “dedazo” para salvar a Deportivo Paraguayo, el último de la tabla anual, de la desafiliación por un año.

No se entiende qué pasa en la mente de quienes organizan los torneos de la AFA. A qué apuntan, qué quieren. Veamos.

– 30 equipos en Primera
– 36 en la Primera Nacional
– 21 en Primera B
– 38 en el Federal A
– 27 en Primera C
– 12 en el Promocional Amateur

¿Alguien puede explicar por qué hay 21 equipos en Primera B y 27 en la C? ¿Por qué en 2024 hubo un solo ascenso desde la C a la B sabiendo que esto podría pasar? ¿Por qué el último de la C debe quedar desafiliado un año si hay una categoría inferior, más allá de su amateurismo? ¿Qué pasará con el Promocional Amateur teniendo en cuenta que prevé dos ascensos, sin descensos desde la C? En 2024 lo jugaron 14 equipos. Este año serán 12. ¿El año que viene serán 10 hasta su eventual desaparición en cinco años, engrosando la ya abultada Primera C?

Solo los triunfos en fila de la selección de Messi pueden tapar tanta desorganización. Ni hablar del tema arbitraje, con escándalos recurrentes especialmente en el lejano Regional Amateur.

El caso de Lamadrid es injusto. Mereció ascender deportivamente, pero la pésima organización del fútbol argentino lo dejó sin nada. Estamos tan mal acostumbrados, que los hinchas nos quedamos esperando un ascenso por decreto. A nadie le gusta ascender o evitar el descenso por el “dedo” de los dirigentes. Pero han normalizado lo intolerable. Se juega sabiendo que el resultado no es todo, que las reglas están para cambiarlas y que igual, a final de año, todo puede cambiar.

Juegan con la pasión del hincha. En mi caso con dos pasiones. Quienes me conocen saben que defiendo la doble camiseta. Racing, para mí, es la pasión del fútbol. Lamadrid es el club de mi barrio. Mi club, mi tribuna, mi calle, mi DNI.

Mi hijo mayor un día me preguntó qué haría en un eventual cruce entre ambos en la Copa Argentina. Fue difícil responder. “Iría a la tribuna de Lamadrid“, le dije, pero quisiera que Racing ganara por penales. Sería también un triunfo para el Carcelero.

Le dediqué a estas dos pasiones sendos libros. “Carceleros” (Editorial Aguilar, 2014) y “Tita, 100 años de la Madre de la Academia” (Al Arco, 2019). Pero no pude con mi genio. El año pasado publiqué “San Diego, el peor equipo del barrio” (Al Arco), la historia real novelada del equipo de fútbol formado por la barrita de mi infancia en Devoto y que perdía absolutamente todos los partidos allá por el Buenos Aires de los ´70 y los ´80, entre el regreso de Perón, dictadura, represión, Malvinas y la lucha por la recuperación de la democracia. Nos gustaba perder. Nos reconocíamos orgullosos perdedores natos. Como decía Fontanarrosa, todos compartíamos los mismos dos problemas para jugar al fútbol: la pierna derecha y la pierna izquierda. Afuera de la cancha, el país se desangraba y nos marcaba a fuego para siempre.

Menos mal que San Diego no juega torneos de AFA. Se me haría muy difícil elegir a qué tribuna ir en caso de un cruce inoportuno.

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